ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Son infinitos los refranes que tocan el tema, tan delicado, de los idiomas y las literaturas.  Por ejemplo, «la lengua es una patria».  No hay una sola literatura, sino una inmensa pluralidad literaria, extendida por todos los continentes. Graduada de la Escuela de Filosofía, la profesora y ensayista Lourdes Arencibia, durante décadas, cultivó en Nuestra América y Europa, la traducción en varias de sus modalidades, con la devoción de aquellos orfebres del Medioevo, gracias a quienes leemos hoy las Sagradas Escrituras, o la épica que encierran las hermosas páginas de Homero.

Nos conocimos en un entrenamiento para traductores simultáneos, allá por el otoño de 1965, en las cabinas del Retiro Médico, en el Vedado.  Íbamos a integrar el primer grupo de lo que se conoce hoy como intérpretes, enclaustrados en cabinas cerradas, equipados nuestros oídos con audífonos simultáneos. Esta labor –realizada también en forma bilateral, es decir, en presencia de varios interlocutores cercanos– fue ejercida por Lourdes, con su aplicado talento y su experiencia, por más de medio siglo.

Las conferencias internacionales llovían en la última mitad de los años 60, en la capital de todos los cubanos y, como aún no existía el Palacio de Convenciones, trabajábamos en espacios improvisados, fundamentalmente, en el Salón de Embajadores del hotel Habana Libre o en los habilitados en el teatro de la ctc. Entre otros nombres entrañables, afirmo que la intérprete de mayor carrera se llamó Lourdes Arencibia, por demás voraz lectora, consumidora, como pocas, de las artes nacionales y extranjeras traídas a la Isla en un movimiento cultural único en su género.

No le bastó a Lourdes el cultivo de ese maravilloso oficio, sino que, ya en los 70, se lanzó al ejercicio de la traducción literaria para dejarnos uno de los aportes más significativos en el dominio de la difusión de las literaturas caribeñas. El Caribe francófono fue nuestra fuente de referencia perpetua. No hay escritor caribeño del siglo xx (de Aimé Césaire a Ernest Pépin, pasando por Pablo Lafargue) que no le agradezca su constancia, su estudio sistemático. Siempre, con su entusiasmo, alcanzó un papel primordial. Para el gremio de los traductores, intérpretes y escritores cubanos se trata de una pérdida inconmensurable. Vistosa, chispeante, multipremiada, madre y abuela amantísima, le decimos adiós con la más ferviente de las admiraciones.

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