En muchas ocasiones he escuchado una y otra vez decir a padres y madres frases como esta: «Sé que no le he dedicado a mis hijos todo el tiempo que necesitaban, porque la celeridad de la vida, las múltiples responsabilidades, el agobio cotidiano, el trabajo, la economía me lo han impedido». Si esto fuese una real razón y no una justificación (ya que siempre hay tiempo para lo importante), la vida nos está ofreciendo ahora en el escenario cruel de la pandemia de la COVID-19 ese «plus de tiempo» que casi nunca tenemos.
Las épocas de crisis siempre nos presentan paradojas interesantes, pues en medio de tanto dolor en la humanidad, este es un momento de reencuentro afectivo, de estar más presentes aun en la distancia y de darnos cuenta de cuánto descuidamos a veces las cosas pequeñas, arruinando lo que verdaderamente es valioso.
Aprovechemos ese tiempo, esa pausa sin precedentes que nos ha obligado a detener el frenesí con que hoy se vive. Organizar rutinas con los niños y adolescentes, explicarles que no estamos de vacaciones, que habrá que mantener un horario de estudio que sea sagrado. Pero además los adultos tendrán tiempo para jugar, hacer cuentos, ver fotos, bailar, cantar, escuchar música. Algo que los niños nunca van a olvidar es la presencia en casa de personas disponibles para ellos y el estar juntos. Hagan las tareas domésticas entre todos, no hay por qué recargar a unos en detrimento de otros, habrá que funcionar como un equipo, disminuyan las horas pantallas y algo muy importante: dedíquenle a los hijos un tiempo para hablar de la necesaria compasión por todas aquellas personas que hoy están sufriendo en el mundo.
Son tiempos difíciles, el mundo vive una tragedia, hay que ser responsables en el autocuidado, cuidado de los demás y del entorno familiar, pero responsabilidad no es igual que seriedad. No podemos estarnos regodeando con pensamientos negativos y catastróficos. Hay que crear para nuestros hijos y familiares un clima agradable y evitar la irritabilidad y el nerviosismo. Ser compasivos, pero es importante también reír y saber agradecer.
Ojalá que el retorno a la normalidad no nos haga olvidar las lecciones de la adversidad. Que una vez que termine esta epidemia y volvamos a la cotidianeidad habitual en vez de rencores, malos tratos y daños emocionales, quedara en las mentes infantiles el recuerdo del coraje, el altruismo y la dedicación amorosa de su familia, que hizo lo posible y lo imposible porque todos estuvieran bien, incluyendo vecinos y necesitados. En la película La vida es bella, en medio de un campo de concentración, en condiciones extremadamente difíciles, el padre habla con su hijo y le demuestra cómo la esperanza siempre puede superar la dura experiencia, si actuamos con optimismo y cordura, cuando dice: «La vida a veces duele, a veces cansa, a veces hiere. Esta no es perfecta, no es coherente, no es fácil, no es eterna, pero a pesar de todo, la vida es bella».
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gerardo Moyá Noguera dijo:
1
28 de marzo de 2020
03:01:05
Teresita Martínez dijo:
2
3 de abril de 2020
05:20:13
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