No tuve castigos físicos cuando niño, mis padres sabían usar métodos alternativos, firmes aunque no violentos. Otros no tuvieron la misma suerte, los chamacos de Juana Chancleta no salían de una tunda para entrar en otra, aunque sin daños mayores, porque la mujer tenía un área bien definida para sus chancletazos, por encima de las rodillas y por debajo de la cintura, siempre aterrizando la suela sobre la región glútea.
Las reprimendas y el actuar enérgico ante las cosas mal hechas nunca dejan de ser métodos efectivos, sin que se acuda al golpe, la intimidación o al abuso de poder, su sabia combinación con el diálogo, el consejo y la apelación a los mecanismos de la conciencia individual o colectiva, es la manera más efectiva de corregir indisciplinas y fomentar hábitos de buen comportamiento.
Conozco padres y maestros que, sin levantar mucho la voz, con firmeza y ataviados de una mirada fulminante, ponen orden y enderezan caminos. Saber delimitar hasta dónde llega el consejo que resuelve por sí solo y dónde debe comenzar el rigor de otros métodos, es necesario en la familia y en la sociedad. En casa para forjar buenos hijos, en la calle para tener ciudadanos con necesaria cultura cívica.
Mucho se ha hablado de las pésimas conductas que proliferan en calles, establecimientos o espacios públicos de nuestro país, hombres con torsos desnudos caminan sin el menor signo de pudor por la vía pública; piquetes de adolescentes o jóvenes suben sin límite alguno a los ómnibus, mientras llevan consigo sus altoparlantes, obligando a escuchar su estridente música a todos los que tienen la desdicha de compartir el viaje; latas vacías que vuelan hacia el pavimento o el césped desde las manos indolentes de aquellos que prefieren no llegar al cesto y menos aún cargar su propia basura.
Silencios necesarios para el descanso o el sueño que se quiebran por obra y gracia de bullangueros empedernidos y desafiantes, que poco o ningún caso hacen a las quejas de sus vecinos. Bebedores de alcohol que destilan su insoportable borrachera sobre la tranquilidad y el orden de los que asumen las reglas de convivencia y las respetan.
¿Serán suficientes el spot televisivo, la charla educativa, el artículo de prensa o la reunión donde se reclama ese orden necesario? Creo que son espacios útiles, pero falta rigor, peso de la ley, intervención oportuna y firme de las fuerzas del orden, de los cuerpos de inspección comunal y aplicación de penalidades que multen significativamente la transgresión y obliguen a resarcir el daño causado.
Algunos narran sobre otras latitudes, otras ciudades distantes de la isla, donde un simple papel sobre una acera es un acto raro y peligroso. ¿Son en esos lares más cultos, más cívicos, más educados que nosotros? Sinceramente no lo creo, pero es tan exigente el rigor de sus normas y tan abrumadoras la cifras a pagar (incluido el trabajo comunal obligatorio) cuando de infringir la civilidad se trata, que pocos estarían dispuestos a ver lacerada su economía o andar envueltos en alguna demanda judicial por esas causas.
Son nuestras autoridades del orden, para orgullo nuestro, de las más humanas y respetuosas que existen, pero esa cortesía y ese tino, jamás deben significar un detrimento al necesario rigor.


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Miriam Ruiz García dijo:
1
5 de octubre de 2019
12:53:03
sachenka dijo:
2
5 de octubre de 2019
14:07:15
Ricardo dijo:
3
30 de octubre de 2019
08:23:33
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