ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Letras negras sobre un fondo verde. Un cartelito anuncia que allí vacunan a la población. Merodea la prisa entre los aspirantes y, cuando ya los turnos tienen su esperado orden, la impaciencia dispara a algunos que ensayan una «muela» para colarse.

Conocedora de esas desenfrenadas emociones, la enfermera que atiende la vacunación en el policlínico Luis Pasteur, de Diez de Octubre, antes de iniciar la jornada reúne a todas las personas y les explica cómo avanzará, haciendo énfasis en que los interesados pasarán a la consulta intercalándose los colaboradores que saldrán a misiones en el extranjero con los viajeros a título personal.

Hay asientos nuevos en la sala de espera del policlínico, metálicos (a prueba de depredadores), donde aguardar la llamada, pero la preferencia de no pocos es apostarse en la puerta de entrada al cubículo, porque allí –no importa si molestan– la gestión se siente tan cercana que no les incomoda el hacinamiento o entorpecer el acceso al lugar.

Si la «seño» se tarda en el llenado de documentos (porque el pinchazo demora solo unos segundos), los aglomerados tocan levemente, pero, poco a poco aumentan la intensidad en el golpeo de la puerta, para después abrirla y tornarse en jueces del quehacer de la enfermera.

En una sala de espera nadie quiere ser el último. Cada uno relata la historia de su agrado, carga su premura, y abundan quienes sordos a las llamadas de atención, intentan imponerse atropellando a los demás. Entonces, si la «seño» aprecia que el barullo es tal del otro lado de la puerta y no la dejan trabajar tranquila en algo tan necesario como vacunar al prójimo, pues los malhumorados e irrespetuosos amarran las caras porque los requirieron.

Pereciera como si los nuevos asientos de la sala de espera tuvieran espinas. Tras la reedición del llamado a la cordura nos hallamos ante una carrera de relevos, porque vienen otros a sitiar la puerta. Uno empuja veladamente al de al lado, el de más adelante estira un brazo, lo afinca contra la pared y crea una barrera humana que impide pasar a los rezagados, a no ser escabulléndose agachados. Es un oleaje, una marea de mala educación que amenaza con ahogar a todos.

El reloj ha caminado, aumenta la impaciencia y, a pesar de que el refrán reza que quien espera, desespera… ninguno saca cuentas de que ellos son muchos en la avalancha, mientras la «seño» es una sola.

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Dornes dijo:

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2 de agosto de 2019

14:28:25


Es exactamente como ud lo describre, es mucho peor cuando hay que realizar ultrasonidos pues no todos los casos tienen la misma gravedad y el tiempo que se emplea en realizar los diferentes diagnósticos tampoco es el mismo. Hay personas que aun vacía la consulta llegan a dar golpes fuertes, patadas a la puerta de la consulta. Muchos llegan predispuestos y hay que acudir a la piscología para poder llevarlos a la cordura, los hospitales con sus carencias materiales y dificultades no deben convertirse en escenarios de violencia.