A caballo por el camino, con el maizal a un lado y las cañas a otro, apeándose en un recodo para componer con sus manos la cerca, entrándose por un casucho a dar de su pobreza a un infeliz, montando de un salto; arrancando velos, como quien lleva clavado al alma un par de espuelas, como quien no ve en el mundo vacío más que el combate y la redención, como quien no le conoce a la vida pasajera gusto mayor que el de echar los hombres del envilecimiento a la dignidad, va por la tierra de Santo Domingo, del lado de Montecristi, un jinete pensativo, caído en su bruto como en su silla natural, obedientes los músculos bajo la ropa holgada, el pañuelo al cuello, de corbata
campesina, y de sombra del rostro trigueño el fieltro veterano. A la puerta de su casa, que por más limpieza doméstica está donde ya toca al monte la ciudad, salen a recibirlo, a tomarle la carga del arzón, a abrazársele enamorados al estribo, a empinarle la última niña hasta el bigote blanco, los hijos que le nacieron cuando peleaba por hacer a un pueblo libre: la mujer que se los dio, y los crió al paso de los combates en la cuna de sus brazos, lo aguarda un poco atrás, en un silencio que es delicia, y bañado el rostro de aquella hermosura que da a las almas la grandeza verdadera: la hija en quien su patria centellea, reclinada en el hombro de la madre lo mira como a novio: ese es Máximo Gómez. (…)
Y allá en Santo Domingo, donde está Gómez está lo sano del país, y lo que recuerda, y lo que espera. En vano, al venir de su campo, busca él la entrada escondida; porque en el orgullo de sus dos hermanas, que por Cuba padecieron penuria y prisión, y en la viveza, y como mayor estatura, de los hijos, conoce la juventud enamorada que anda cerca el tenaz libertador. A paso vivo no le gana ningún joven, ni a cortés; y en lo sentencioso, se le igualan pocos. Si va por las calles, le dan paso todos: si hay baile en casa del gobernador, los honores son para él, y la silla de la derecha, y el coro ansioso de oírle el cuento breve y pintoresco: y si hay danza de gracia en la reunión, para los personajes de respeto que no trajeron los cedazos apuntados con amigas y novias, para él escoge el dueño la dama de más gala, y él es quien entre todos luce por la cortesía rendida añeja, y por el baile ágil y caballeresco. Palabra vana no hay en lo que él dice, ni esa lengua de miriñaque toda
inflada y de pega, que sale a libra de viento por adarme de armadura, sino un modo de hablar ceñido al caso, como el tahalí al cinto: u otras veces, cuando no es una terneza como de niño, la palabra centellea como el acero arrebatado de un golpe a la vaina. En colores, ama lo azul. De la vida, cree en lo maravilloso. Nada se muere, por lo que «hay que andar derecho en este mundo». En el trabajo «ha encontrado su único consuelo». «No subirá nadie: he puesto de guardia a mi hijo». Y como en la sala de baile, colgado el techo de rosas y la sala henchida de señoriles parejas, se acogiese con su amigo caminante a la ventana a que se apiñaba el gentío descalzo, volvió el General los ojos, a una voz de cariño de su amigo, y dijo, con voz que no olvidarán los pobres de este mundo: «Para estos trabajo yo».
(Fragmentos, Patria, 26 de agosto de 1893)
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Dispuesto dijo:
1
23 de junio de 2019
09:23:05
Rene dijo:
2
16 de agosto de 2019
10:03:08
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