A inicio de los años 70, cuando pregunté por qué me daban solo tres juguetes al año y para asombro había que anotarlos en una libreta, escuché por primera vez, dentro de la complicada respuesta que me daba mi madre, la palabra bloqueo. Como yo era un niño y tenía esa imaginación fértil propia de la edad, me vino a la mente una pared de bloques que el viejo Celedonio estaba levantando entre su casa y la del vecino, movido por sentimientos de egoísmo y mala voluntad.
Yo había nacido en 1969 y la palabra de marras no me abandonó nunca más, se hacía presente en muchas partes y aunque era símil perfecto de un gran muro, no pudo nunca ni cerrarme la escuela, ni quitarme las vacunas, no me borró los sueños y no apagó la alegría de mi generación.
Pero allí estaba la palabrita, endemoniada y perversa, mostrando su oreja peluda siempre que podía y dejando fuera de nuestras vidas unas cuantas cosas que a todos nos habría gustado tener.
Por algunas décadas el acoso llegó a sentirse menos, porque había mucha gente que nos daba la mano y por suerte no nos la daba vacía. De una u otra manera estábamos burlando el cerco y sin que llegara la abundancia, nos repartíamos lo necesario entre todos, sin lamentos inútiles y sin egoísmos.
A partir de 1990 el campo socialista se desmerengó, los señores del odio se frotaron las manos y los que inventaron el bloqueo lo remozaron, le pusieron pintura fresca y le subieron dos o tres hiladas. La tapia se puso más gorda y en ella clavaron un cartelito con un nombrecito inofensivo e hipócrita, ahora la cosa se llamaría embargo… y sin embargo, seguía siendo bloqueo.
Pero, de todas maneras, el mundo no se ha dejado engañar y son cada día más los que están en contra de que los símbolos de nuestra época sean los muros, en lugar de las puertas. Los que cercan, sufren la humillación terrible de ver cómo resisten los cercados, agregan odio a sus alambres y nunca llegan a entender del todo por qué siguen creciendo flores del otro lado de la valla.
Nosotros no queremos que nos cambien la palabrita, nosotros lo que queremos es que no tenga que usarse ningún subterfugio o sinónimo para esconder el plan siniestro de rendirnos por hambre o doblegarnos a base de carencias.
En realidad, no nos merecemos que nos cerquen y, además, ya hemos probado con suficientes elementos que a las buenas negociamos con altura, pero a las malas se revuelve el avispero.


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Juan Antonio Lorenzo Morales dijo:
1
26 de junio de 2019
19:51:54
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