«Nos están llevando aprisa.»
La frase se ha vuelto recurrente en comentarios de padres, abuelos, familiares de los pequeños del seminternado.
«Ya no es solo en las últimas semanas de cada curso. Ahora todos los meses parecen de pruebas finales. Que si un trabajo integrador, que si uno extraclase, otro práctico… Y eso no es lo complejo, eso está bien. Lo difícil es que en todos tenemos que hacer tanto o más que ellos».
Unos lo dicen por el tiempo, «que apenas alcanza entre el trabajo y la casa», otros por las gestiones urgentes –con que los maestros responsabilizan a los niños y estos, inevitablemente, transfieren a los padres– de frutas, dulces, latas, cartulinas y tela para manualidades, preguntas de investigación, datos...
Los criterios son tan diversos como los caracteres de los ascendientes; visibles, sobre todo, en las reuniones de grupo. Por supuesto que habrá siempre padres más dispuestos, más colaborativos, otros resistentes y protestones, algunos destacados en la mediación negociadora y aquellos a quienes cualquier orientación les dará igual porque aportarán «según las posibilidades».
Nadie sabe a ciencia cierta los límites verdaderos de las posibilidades. La mayoría de las veces están determinados por la voluntad de hacer, de involucrarse, más que por la capacidad material de responder con recursos rápidos y suficientes a las demandas de las tareas escolares.
Un tipo de posibilidad, inmediata, resolutiva y hasta fácil, es la que ofrecen las economías domésticas con bolsillo solvente, que responden sin chistar con una compra inminente de dos maltas si es que hacen faltas las latas, de unos pañuelos de hombre para la tela de Educación Laboral, de conservas selladas que adelanten el coctel de frutas y hasta del servicio de mecanografía e impresión en el negocio cercano, para obtener, con mínimo esfuerzo, un informe acabado.
Otra posibilidad la concede «el trabajo» en que laboran papá o mamá. Algunas horas usurpadas a la faena podrían permitir bajar de internet el mayor número posible de textos que hablen del tema indicado; sin exigir mucho de las fuentes consultadas o triangular la información. Con suerte, hasta la inclusión de fotos, la impresión y la encuadernación saldrán de la oficina listos para entregar.
La tercera posibilidad resulta aquella que interpreta mejor la cuestión de participar, alentados por la orientación frecuente de «investiga junto a tus padres…», que sugiere sentarse en compañía a hojear libros, buscar en internet –cómo no– la acertada entre tanta información, descartar, comparar, fundamentar…
Ninguna tarea escolar pretende examinar la sapiencia familiar en una materia dada, ni avergonzar al padre que olvidó –vaya olvido– cómo calcular un logaritmo o reconocer el símbolo químico del berkelio.
Sin embargo, cualquier enunciado que convoque a buscar en los parientes un apoyo, creo que lleva la importancia implícita del acompañamiento al menor en la realización de sus deberes, como herramienta didáctica que ayude a consolidar el valor responsabilidad, a estimular el trabajo en equipo, a reducir esos desvínculos frecuentes entre hijos y padres desentendidos del desempeño escolar.
Lo que a menudo se confunde es participación con sustitución, y pasa a ser entonces tan dañino el padre que se encarga de punta a cabo del «trabajo» del pequeño, como aquel que no sabe ni se interesa siquiera por el tema.
El asunto está en no suplantar nunca el esfuerzo infantil como objetivo fundamental de cada tarea escolar. Que sea el niño, o el equipo de sus compañeros, quienes decidan en primer lugar qué hacer, cómo hacerlo, a la par de tener en los padres la garantía del auxilio, la revisión, la corrección, la oportunidad de enriquecer las ideas, mejorar la estética, sumar puntos de vista, hacer más original la exposición...
¿Que la internet del trabajo, la impresora, la soltura del bolsillo facilitan, que ofrecen ventajas? Nadie lo duda, ni se opone a que enriquezcan un esfuerzo protagonizado por los muchachos.
Pero si lo que ocurre es suplantación total, y el niño duerme el cansancio de una tarde de juegos mientras la madre madruga pegando láminas, o al infante le salen raíces frente el televisor porque confía en que sus padres se encargarán de todo; entonces habremos dislocado 180 grados el sentido de la participación sugerida por la escuela, mientras ayudamos a (des) encarrilar al pequeño en la senda de un ser acomodado, irresponsable y dependiente.
Veo bien que en la escuela de la niña pidan ahora todos los trabajos manuscritos y que las calificaciones premien mejor –como es justo– la buena exposición, la argumentación, la respuesta segura que ofrece el esfuerzo real del estudiante y la originalidad de sus propias ideas, antes que privilegiar un pastel de referencias de internet en corta y pega, el canutillo, el plasticado, la impresión láser y hasta el cierre expositivo con un bufet incluido.


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Inalvis Alfonseca dijo:
1
29 de marzo de 2019
10:33:18
ana dijo:
2
29 de marzo de 2019
16:16:36
Adrián Guerra dijo:
3
5 de abril de 2019
14:18:42
adriana dijo:
4
6 de mayo de 2019
12:54:03
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