Un pedazo de cable. El hombre sencillamente quería unos metros de cable eléctrico, número 12.
En realidad necesitaba el número 10, más grueso, ideal para los tomacorrientes de la cocina. En la mañana un «corto» quemó la línea en esa parte de la casa y debía cambiarlos de manera urgente.
El hombre sabía quién en el barrio tenía cable 10, a nueve pesos el metro, uno menos que en la tienda de Comercio; pero necesitaba 20 metros y su urgencia, como casi siempre, no tenía un fondo emergente disponible.
Hasta hacía poco, una rebaja en la tienda cercana de materiales de construcción lo tuvo a menor precio, pero ya no había, y él, que además de lo asequible deseaba lo legal, optó por el cable 12, más fino, aunque permisible y más barato también, a cuatro pesos el metro.
No tuvo que hacer la cola grande en la puerta. La fila era para las cabillas, el cemento y la arena. De todo eso llegó un poco al mismo tiempo, y a pesar de ser venta liberada había una lista de Vivienda que priorizaba a subsidiados, después a la gente con licencia, a fin de frenar en algo el asedio oportunista de los revendedores.
El hombre no tenía que hacer esa cola. En definitiva, lo suyo era un pedazo de cable, tan simple como un tornillo, un codo, una espiga, un encendedor u otra de las pequeñas piezas mostradas en la estantería, detrás de la muchacha que vendía.
–Buenos días, 20 metros de cable 12, por favor...
–Sí, son 80 pesos...
Mientras la muchacha terminaba otro papel, el hombre alargó sobre la mesa dos billetes de 50, uno más nuevo que el otro.
Del interior de la nave salió otra mujer, justo en procura de cambio para un billete de cien, y la joven dependienta, viendo los dos adelantados por el hombre, completó solidaria la gestión de su compañera.
–Su nombre y apellidos... –solicitó, para escribir en el modelo de despacho, y él los dijo.
–Ahora el carné...
El hombre, atento, dictó inmediato: «5803...».
–No, no, deme el carné, necesito el carné...
–A ver, cariño, disculpa, pero con la urgencia lo dejé en la casa, vivo cerca, me urge el cable, pero lo puedo dictar...
–No, así no puedo despacharle. Tiene que traer el carné. Es lo regulado. Vaya y traiga el carné.
–A ver, amor... –pausó el hombre, para exhalar un suspiro que intentaba acopiar paciencia–. Solo es un pedazo de cable, no cemento, ni cabilla, ni arena, y es para mi cocina. Si voy a la tienda donde vale diez
pesos no me piden el carné, en la trd tampoco y en el catre de los revendedores mucho menos. Si a usted, que es dependienta, le interesa vender su mercancía, me la despacharía sin hacer que mi carné sea un problema. Es la norma, verdad, pero no habrá crisis económica en el Caribe si usted deja de ver, y quizá reírse, con mi foto en el carné. ¿Me vende el cable?
–No es mi mercancía. Y además, siempre alguien la compra. Si no trae el carné no puedo venderle el cable.
Ante el admirable y obstinado apego a la exquisita legalidad de la muchacha, el hombre imaginó en un segundo lo intachable que debía ser el control interno en aquella unidad, de lo imposible que resultaba allí un atisbo de delito, y que –ahora sí estaba seguro– fue una paranoia suya, producto de su imaginación, el oír aquellas ofertas que lo abordaron antes de entrar a la tienda: «Señor, ni se tire, que eso es para subsidios. Si quiere cabillas, cemento o arena, nosotros se lo llevamos a la casa». Pero no. Él solo quería un pedazo de cable.
Alguien en la cola dijo al hombre que se lo compraría, porque llevaba el carné; pero aquel, tras un segundo suspiro que le afincó la dignidad, optó por emplear, con ingenio lectivo y vengador, su escasa reserva de paciencia.
–Está bien, señorita, devuélvame el dinero– y pronta la muchacha le largó el estrujado billete de cien cambiado por su compañera.
–Disculpe, pero no, yo quiero mi dinero. Le di dos billetes de 50, uno más nuevo que el otro. Quiero esos.
–Pero si es lo mismo...
–No, no es lo mismo, su compañera los cambió. Búsquelo, espero por usted...
Y mascullando algo que no se le entendió, salió, demoró un poco y regresó con mala cara, dos billetes de 50, y masticando tal vez los mismos resabios con que devolvió el dinero al hombre y le reprochó su empecinado capricho: «Por eso estamos como estamos».
Los testigos de aquella interesante viñeta, típico saldo de la excesiva burocracia y la mentalidad cuadrada de unos cuantos «servidores» que parecen habitar en Marte, no entendieron por quién ella dijo aquello.
Quizá sonaría mejor en voz del hombre, que se retiró en silencio, sin su cable, lo más probable hacia la oferta del revendedor.
Lamentablemente, es esa casi siempre la alternativa inmediata a ineficiencias similares, que en el ejemplo de la obstinada muchacha dejó de ingresar 80 pesos; tal vez «un menudo» dentro de los recaudos diarios del Comercio, aunque más insignificante todavía respecto al monto colosal de la molestia y el desgano con que a ratos nos dañamos la cotidianidad entre cubanos.


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Raúl dijo:
1
13 de marzo de 2019
07:31:12
Felo dijo:
2
13 de marzo de 2019
08:45:05
Maria Elena dijo:
3
13 de marzo de 2019
08:52:04
moraima dijo:
4
13 de marzo de 2019
08:52:24
Diana Respondió:
15 de marzo de 2019
12:21:12
Felo dijo:
5
13 de marzo de 2019
08:54:05
tomyone dijo:
6
15 de marzo de 2019
09:56:11
Carlos dijo:
7
15 de marzo de 2019
13:23:05
elnuevoYarey dijo:
8
18 de marzo de 2019
08:52:28
carlos_habana dijo:
9
22 de abril de 2019
14:49:38
rolan dijo:
10
25 de abril de 2019
16:42:58
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