ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Conocí el Paseo de Carlos III cuando aún sobrevivían altos y coposos árboles que daban sombra a los transeúntes; las fuentes que recordaban los viejos habían sido retiradas, y como testigo de aquellos primitivos adornos, quedaba sola, sobre su ennegrecido pedestal, la efigie de Ceres.

A la cabeza del Paseo, mirando a la calle Belascoaín y a la Calzada de la Reina, erguíanse vistosas dos columnas, al centro de las cuales, equidistante, permanecía la estatua del rey Carlos III cantada por Zequeira y casi borrada por las inclemencias de nuestro clima.

Me parece ver el solemne festejo de inauguración del Gran Templo Masónico, sobre el que giraba –iluminada en la noche– la reproducción del globo terráqueo. Abierto al público durante algunos días, visitamos el Museo Histórico, entre cuyas piezas más celebradas conservaba las rejas originales de la celda donde vivieron sus últimas horas los jóvenes estudiantes de Medicina fusilados en 1871. Estaban expuestas de tal forma que causaban un profundo sobrecogimiento.

Ascendiendo a otros pisos visitábamos los templos, severamente decorados con los órdenes y estilos de la Antigüedad clásica; finalmente accedíamos al mirador desde el cual pude ver, por primera vez, un fragmento de la magnitud y belleza de La Habana.

Casi en la esquina se hallaba un importante depósito de tabaco en rama que lo impregnaba todo de su perfume penetrante. En frente, el noble edificio del colegio Santo Ángel Custodio, con alumnas que vestían aún faldas a media pierna, llevaban lazo y un precioso sombrerito, como podía verse en las postales de principio de siglo.

Imponente en su proximidad, la iglesia del Sagrado Corazón, cuya aguja predominaba sobre las edificaciones del entorno. Al fondo, en dirección opuesta, distinguíanse la colina y las obras del Castillo del Príncipe, y a sus pies, aún casi intactos, los jardines de la Quinta de los Molinos.

La experiencia de la altura y la visión de mi ciudad marcan un hito en los recuerdos de la niñez, como también la primera visita a otro edificio noble del Paseo: la Biblioteca Pública, en la sede de la Sociedad Económica de Amigos del País.

El edificio, de sólida piedra, poseía una magnífica entrada: las puertas decoradas con reproducciones de monedas, con la efigie del rey, resplandecían cual si fuesen de oro, y en el vestíbulo, como númenes del saber cubano, los bustos de José María Heredia y de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Los libros bellos de finas encuadernaciones, ricos en cromos y grabados, resultaban incomparables. Nuestros primeros libros de solaz fueron de las ediciones populares Sopena, de Argentina; la inscripción en la sección infantil de la Biblioteca, nos daba la posibilidad de leer, extrayendo y devolviendo con rigurosa puntualidad, los mejores cuentos, novelas y narraciones.

En el silencio a que invitaban la sala fresca e iluminada y el suave goteo de una fuente próxima, viajábamos con nuestra fantasía, alebrestada por El tesoro de la juventud, como grumetes a bordo de la nave de Sandokan, o como compañeros del Señor de Ventimiglia –incomparable Corsario Negro–, antes de asistir demudados al relato de algunos mayorcitos sobre las revelaciones que el Abate Faría había hecho antes de morir al Conde de Montecristo.

La Biblioteca Pública, como institución de la cultura, formó y educó, en el rigor de sus necesarias disciplinas, a cientos de adolescentes que no tenían posibilidades de adquirir ese bien absolutamente incomparable: el libro.

A la caída de la tarde, cuando ya estaban encendidas las farolas, podía verse el espectáculo más increíble: miles, decenas de miles de pájaros, en columnas, retornaban cantando festivos a las arboledas; mientras otros tantos continuaban hasta el Parque Central y el de la Fraternidad. Era divertido el bullicioso tropel de avecillas negras, y esto constituía parte de la identidad de nuestros barrios, como hoy lo es de nuestros recuerdos.

Es como aquellas bandadas de mariposas que aparecían misteriosamente cada año, si mal no recuerdo en junio: unas amarillas, con las puntas de las alas rojas, blancas unas y otras carmelitas y, destacándose por sobre todas, las verdes y negras que llamábamos reinas.

«¡A cazarlas!», gritábamos para después ver languidecer su vida efímera en una cajita o en un frasco de cristal, a pesar de que obedientes salíamos asustados de los canteros hollados, al escuchar el silbato del guardaparque o la queja y lamentación de alguno que llevaba prendidas en las ropitas desgarradas las punzantes espinas.

Al Paseo que vimos transformarse lentamente volvíamos siempre, subiéndonos en las verjas del colegio La Salle, antigua casa quinta que poseía en su interior estanques y rosaledas, o a la Escuela de Medicina Veterinaria, donde una vez me habían flechado las imágenes esculpidas de la conmiseración, de la piedad y de la solidaridad humana, inclinadas para acariciar canes.

Al frente, el recinto tentador del Jardín Botánico, con sus pérgolas y caminitos, las casitas de madera pintadas de vivos colores, las albercas llenas de flores de agua, bajo cuyas hojas, aparentemente dormidos, reposaban los peces, tentación que una vez me llevó al fondo del estanque, con el jamo y el pomo, rescatado de inmediato por otros compañeros de aventuras que trataban a duras penas de quitarme el musgo y el lodo de las aguas muertas.

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Francisco Rivero dijo:

1

20 de febrero de 2019

14:53:18


Que bien nos proporciona la lectura de esta otra mirada y sentir del Sr. Eusebio Leal. El Paseo de Carlos III, para muchos es una referencia bien significativa de la ciudad de la Habana, en lo personal tengo un especial cariño, como creo que tambien lo es para algunos de mis amigos de infancia y adolecencia residentes en los barrios adelaños. Es cierto que los habaneros de diferentes epocas reconocen el corazon de nuestra querida ciudad, en diferentes sitios, pero el Paseo de Carlos III, se me antoja, como una suerte de arteria vital de la Habana. Invito a todos a que visiten la Quinta de los Molinos, lugar para el recreo y el placer del alma. Saludos fraternos

Palax dijo:

2

21 de febrero de 2019

08:47:32


Muy bueno este artículo.

julia dijo:

3

21 de febrero de 2019

10:13:42


Eusebio Leal ama Cuba, no tenemos dudas, pero La Habana la lleva muy adentro y gracias a él los de otros lares conocemos muchas cosas de ella. Lo hace con tanta poesía, con tanta suavidad que simplemente quisiera seguir leyendo acerca de de otros lugares. Realmente para describir a La Habana y sus encantos, sólo lo sabe hacer él. Otros le cantan con dulzura y amor y se refieren a ella con tibieza pero como él no. Gracias por sus estampas.

Juanela de Cuba dijo:

4

21 de febrero de 2019

10:52:31


Hermoso artículo, a medida que lo leía me imaginaba escuchar la mágica voz del Historiador regalándonos esta bella estampa de nuestra capital. Un abrazo y Felicitaciones a nuestro Historiador, por todas las condecoraciones recibidas. HONOR A QUIEN HONOR MERECE.

bcp dijo:

5

21 de febrero de 2019

15:27:11


Pasajes de su vida, Eusebio Leal que parece estar ocurriendo en el mismo momento que voy leyendo el artículo. Lo considero EXCELENTE.

Andrachi dijo:

6

21 de febrero de 2019

18:57:42


Gracias, maestro. Usted siempre brillante, directo y claro. Felicidades por los honores tan merecidos que recibe.

Paloma dijo:

7

22 de febrero de 2019

09:25:37


MAESTRO: !cuanta belleza desfilando ante mis ojos! MUCHAS FELICIDADES POR TODOS LOS RECONOCIMIENTOS OTORGADOS A UD. Ahora viene a mi mente la letra de la canción tema de su programa televisivo "LEAL DEL TIEMPO". Todo es muy emotivo y hace mucha falta enriquecer el alma y los sentimientos. !GRACIAS UNA VEZ MÁS!

Asombros dijo:

8

22 de febrero de 2019

10:58:27


Lo mas importante no es asombrarse, esconder la tristeza que se convierte en indiferencia y solo alabar las bellezas de este planeta. Gracias a los libros que tanto aporte nos hacen !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!1

John Fortes dijo:

9

28 de febrero de 2019

06:33:37


Grande el amor del autor por su ciudad. Testimonios como el presente obligan a disfrutar la belleza de una época, un estilo de vida y unas imágenes únicas ya idas, y hoy tan conmovedoras. Gracias a Eusebio Leal por compartir de manera tan tierna y a la vez tan dolorosa sus emociones.