ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

En 1997 los periodistas matanceros organizaron el primer torneo de softbol de la prensa en su territorio, uno de los eventos más atractivos de la organización y que mayor número de afiliados atrae cada año.

Con el ánimo de darle caché al certamen, sobre todo en la apertura, a los integrantes de la comisión organizadora se les ocurrió invitar a un grupo de personalidades vinculadas al deporte nacional, entre ellos, nada más y nada menos que al presidente del Comité Olímpico Cubano, José Ramón Fernández.

Confiaron al parecer en los lazos especialmente afectivos de El Gallego con la geografía matancera y su gente. El destino del revolucionario estuvo ligado de algún modo a la provincia cuando poco después del triunfo del Primero de Enero, Fidel le encargó la dirección de la Escuela Nacional de Responsables de Milicias.

Luego sobrevino su protagonismo en la epopeya de Girón, y más acá en el tiempo estuvo muy al tanto de la vida del pueblo de Jagüey Grande, municipio que representó en su condición de diputado durante varias legislaturas.      

Para sorpresa de todos, incluidas las autoridades de la provincia, el legendario luchador encontró tiempo para estar en la inauguración de aquel evento de poca monta y, por si fuera poco, remolcó con él a varias glorias deportivas y dirigentes del Inder para ponderar todavía más la cita de la prensa.

Arribó al Palmar de Junco, sede principal de la justa, con más anticipación de la acostumbrada para esos casos; en realidad, fue el primero en llegar al mítico estadio para la ceremonia de apertura. De esa forma confirmó el total apoyo al desarrollo del deporte y a la práctica del ejercicio como parte importante de un estilo de vida saludable y, además, su especial afecto por los trabajadores del sector periodístico.

Durante la semana que duró el torneo telefoneó todos los días mucho antes de las siete de la mañana. Se mostró interesado por el desenlace de los juegos e hizo saber su disposición a ofrecer cualquier tipo de ayuda. Sus llamadas sirvieron de estímulo a los organizadores y periodistas contendientes.

Fue el principio de una relación inusitada con el autor de estas líneas. A partir de aquel evento llamó a la casa cada Primero de Mayo para felicitar al reportero en el aniversario de su nacimiento. Otras tantas veces lo hizo para comentar algún trabajo periodístico, a veces para elogiar y en ocasiones para llamar la atención acerca de cómo ser más agudos en el abordaje de un tema.

Nada exclusivo, pues como cuentan otros colegas, fue muy considerado en el trato con no pocos periodistas.   

Un día el corresponsal metió la pata en uno de sus reportes y lo regañaron públicamente, en las mismas páginas de su periódico, una práctica inusual en el medio. Fue una pifia común y corriente, nada del otro mundo. Sin embargo, el jalón de orejas lo dejó algo aturdido y refunfuñando.

Para no atizar su propia ofuscación y mitigar un tanto la vergüenza, salió temprano a trotar un largo rato por los senderos del Valle de Yumurí. Al regresar a su hogar supo de alguien que había telefoneado en más de una oportunidad.

–Es Fernández, le dijo la suegra, de visita ese fin de semana en su casa.  

Instantes más tarde volvió a llamar. Del héroe, del militar de academia, floreció el hombre generoso, sensible, quien debió reconstruir imaginariamente el mal rato por el que pasaba el reportero. No pidió explicaciones. Aun cuando reconoció el desliz, se le notó más interesado en hablar de otros tópicos, quizá a modo de comprensión compasiva.

Por interés común, ofreció algunas ideas acerca del deporte cubano y en particular sobre el ambiente beisbolero. Habló también de los muchos desafíos de la Revolución en circunstancias aún más difíciles, así como del deber de que nada quebrantara nuestra perseverancia de construir un país cada vez mejor.

Y se despidió. «Bueno, amigo –dijo con ternura y su acento característico–, salúdame a la familia y espero me inviten cuando organicen el próximo torneo de softbol».   

Así era Fernández.

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