Nací en la provincia más occidental de Cuba. Como pinareña de pura cepa, me acostumbré a caminar mi ciudad de punta a cabo. Para recorrerla nunca necesité de una guagua, por lo que cuando La Habana me adoptó a mis 15 años, los famosos P eran hasta ese entonces leyendas populares que escuchaba por mi hermana, quien estudiaba Periodismo en la capital de todos los cubanos.
Al llegar a la urbe capitalina, mi hogar fue Alamar. Así que la primera experiencia con ese medio de transporte, cuya definición popular es un enigma, fue en un P11 a las 12 del día. El chofer haciendo gala de todo el optimismo del mundo nos pedía seguir caminando, cuando no cabía nadie más. Escuché canciones innovadoras y de letras vívidas que harían sonrojar a Mozart. Sin embargo, cuando logré sentarme (es un viaje de casi una hora hasta el Vedado) empecé a notar algo diferente, un lenguaje interno entre las personas que me rodeaban y que era desconocido para mí.
Esa jerga «guagüeril» ya está incorporada en mi ADN luego de diez años viviendo en la provincia más poblada de Cuba, y me ha ayudado a tener un cierto dominio en el tema.
Una de las primeras lecciones que aprendí sobre las guaguas fue la referente a los asientos. He desarrollado una habilidad casi mágica para predecir dónde se quedarán los poseedores temporales de los sitios destinados para sentarse en los ómnibus. Esta técnica se basa en pequeños detalles, por ejemplo, los niños y los adolescentes de uniforme casi siempre se quedan cerca. Una leve inclinación en la postura o un reacomodamiento de una cartera o mochila son indicios para posicionarse disimuladamente delante de ese individuo.
Pero, por supuesto, también hay reglas: el heredero inmediato del asiento que se desocupa es quien está delante, si una persona lejos de esa ubicación se apodera del sitio en una jugada estratégica se le tilda de cañonero/a.
Por otro lado, el uso de las guaguas me ha traído muchas ventajas. Entre la espera y el trayecto he leído varios libros. He hecho nuevas amistades, he desarrollado habilidades como adivina, he ampliado mi repertorio musical y he puesto en práctica la diplomacia ante alguna situación acalorada.
Leyendo a un grande del Periodismo y el humor cubano encontré otra de las caracterizaciones de esos tan populares medios de transportes que ya forman parte del folclor y la cultura de la Isla. Héctor Zumbado, brillante como pocos en el arte de hacer pensar y entretener, publicaba hace tiempo atrás una especie de diálogo entre dos locutores sobre un deporte muy cubano: el guaguabol.
Como indica su nombre, esta manifestación nació del arte de coger una guagua y según Zumbado «es un deporte emocionante, más que emocionante yo diría un deporte-ciencia, porque el guaguabol le exige al atleta una lucidez analítica de gran maestro de ajedrez y reflejos similares a los de un karateca primer dan. Eso, claro, si el guaguabolista está interesado en sobresalir».
Actualmente la gran mayoría de los habaneros (nacidos, o adoptados como en mi caso) somos grandes jugadores del guaguabol. A diario nos enfrentamos a las paradas esperando llegar pronto a nuestro destino. A veces lo logramos, a veces llegamos, pero tarde. De todas formas nos familiarizamos tanto con este medio que nos transporta cada día, que, cuando ando de paseo, a pie, me parece que me falta algo… más ruidoso y entretenido.


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Mariyanis dijo:
1
23 de enero de 2019
08:46:58
Rayser dijo:
2
23 de enero de 2019
09:21:10
egb dijo:
3
24 de enero de 2019
11:35:13
Denuncia Hoy dijo:
4
7 de febrero de 2019
11:05:29
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