El día de la graduación, cuando la vida estudiantil cesa y se abre esa indagación obligada sobre el futuro, junto a la nostalgia que precede a las separaciones, se suelen hacer muchas cosas que van siendo comunes, generación tras generación: se toma una foto colectiva a lo que ahora se suman infinidad de selfies, se brinda, se baila, se ríe y hasta se llora por diversos motivos y quizá como augurio de añoranzas futuras. Es una jornada feliz que todos los cubanos hemos vivido en las últimas seis décadas, porque en este país la inmensa mayoría puede graduarse de las más diversas especialidades, sin más costo que el esfuerzo individual.
Pero por sobre todas las cosas, ese suele ser un día lleno de emotividad y esperanzas, donde se recogen las direcciones, los números de teléfonos, los correos, los perfiles en las redes sociales y se construye una lista con la total certeza de que habrá una o muchas reuniones en los años venideros y que el grupo acudirá nuevamente para contar las historias de vida, los éxitos y fracasos, los planes, los amores y desamores.
Muchas veces el reencuentro se urde, las llamadas insisten, las gestiones no cesan en busca del lugar y del mejor momento. La primera vez las cosas no salen tan mal y aunque alguno se ausenta, son tan frescas las huellas, que se puede seguir la pista a los amigos y juntarlos en esa tertulia de remembranzas alegres.
Pero los años pasan y la vida con sus distancias y sus azares se encarga de complicar las cosas. El encuentro siguiente se logra a duras penas y el tercer convite es casi una reunión de dos o tres personas; luego viene el vacío, el peso de lo cotidiano como un borrón terrible sobre los viejos planes y aunque algunos persisten en volver a intentarlo, casi nunca sucede y nos vemos de prisa o cruzamos saludos en las redes sociales y lloramos bajito frente a la añeja foto, de aquella muchachada con sueños y sin canas.
Con el tiempo, alguien llama y nos cuenta sobre el viejo piquete: el flaco ya no es flaco; el gordo sigue gordo, pero en otras fronteras; la rubia de melena se casó con el mulato de la cara ceñuda, el que más cuentos hacía; al que estaba en la esquina, posando acuclillado, se le extinguió la vida demasiado temprano. Entonces descubrimos que el tiempo se ha hecho dueño de nuestros planes y su poder enorme se impuso sobre todos y esperamos el día en que lleguen los hijos con sus caras risueñas, mostrándonos la foto, similar a la nuestra, dando inicio de nuevo a ese ciclo interminable que es parte de la vida.


COMENTAR
Malu dijo:
1
17 de diciembre de 2018
11:32:43
Norma dijo:
2
18 de diciembre de 2018
08:32:24
Diego dijo:
3
19 de diciembre de 2018
11:31:40
MASM dijo:
4
9 de enero de 2019
15:59:58
Responder comentario