Dice que no, que Nicolás Copérnico no tiene razón, que la Tierra no gira alrededor del Sol y que son puras mentiras el modelo heliocéntrico. Aunque quizá sí, toda la vía láctea dependa de un astro mayor que la estrella que ilumina su galaxia, una estrella que tiene nombre: su propio yo.
La existencia comienza y termina en su ser. Importan sus sueños, sus metas, sus planes… todo lo demás entra en la categoría de colateral.
Cuando ayuda lo hace a la espera de recibir algo a cambio. Dice que quiere, pero calcula, suma, resta, multiplica y si la cuenta le da, entonces se deja querer, porque nació para ser querido.
Se alimenta de egoísmos. Lo primero son sus metas, escalar la montaña hasta llegar a la cima de su éxito. En todo se considera el mejor. Todo lo sabe. Todo lo merece. Nadie lo supera.
En la gramática de su vida no existe la primera persona del plural. Su yo aplastó el nosotros.
Va por la calle hinchado de vanidad. Dicen que tiene un título, que lo colgó en la pared. Dicen que mira por encima del hombro. Dicen que nadie está a su altura.
Dicen que enfermó de vanagloria, que su padecimiento es grave, que cada día aumenta su arrogancia, que ya nadie lo soporta.
Ahora se ha convertido en un islote anclado en el mar de sus egos. Quizá no lo sepa, pero la Tierra gira alrededor del Sol. Quizá no lo sepa, pero él solo es un punto, diminuto, imperceptible, en la inmensidad del universo.
Quizá no lo sepa, pero el yo existe por y para el otro, porque nadie es una isla, como diría Hemingway, porque desde el día en que se convirtió en el centro de su propia galaxia, ese día no tuvo que preguntar por quién doblan las campanas. Doblan por él.


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aimara dijo:
1
3 de diciembre de 2018
12:05:13
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