Al cerebro de un niño hay que entrar por los ojos. Te quitas los zapatos para evitar los ruidos y andas en punta de pie. Debes aprovechar una mirada intensa, de esas que solo surgen antes del «yo te quiero», esa frase excelente que los pequeños usan de forma repetida y que cuando crecen se les esconde un poco, y se acurruca en lo hondo del pecho como un osito dormido durante un largo invierno.
Las mentes infantiles tienen recovecos, laberintos complejos, pero sin minotauros, así que debes ir atento a las señales. Son sitios inestables y un poco trastornados donde una simple roca puede ser una nave, o una semilla sucia puede convertirse en resguardo contra los malos sueños o los padres ausentes. La lógica es inútil y puedes desecharla, también serán baldías las razones adultas y los horarios rígidos.
Para evitar perderte en esa selva inmensa, recuerda dos principios inviolables: el niño es tu pasado, pero visto de lejos, y será tu futuro mirándote de cerca. Ahora que ya estás listo, comienza el recorrido; a tu derecha, eso que brota como fuente y que nunca se seca, son lágrimas, le son imprescindibles para ganar batallas, para comerse un dulce, para un juguete nuevo, para la cama grande donde duermen los padres, para llorar de veras si recibe maltratos. Arriba, en lo más alto, flotan las ilusiones; son frágiles, como delgados vidrios, y se rompen muy fácil, con golpes infructuosos o a veces con palabras, con gestos, con acciones.
Debes tener cuidado al pisar el sendero, hay tramos movedizos a causa de las dudas, muchas veces latentes y a punto de ser miedos. Puedes hallar murallas que resultan inmensas, fabricadas con bloques hechos de videojuegos con escenas violentas, de filmes para adultos, de humo de cigarros y alcoholes indebidos.
Nada de lo que veas puedes menospreciarlo, hasta lo más pequeño pudiera ser un sueño en pleno nacimiento. Atento con los valles que estén muy despoblados, allí se siembran libros que deben ser leídos y su aridez da muestras de pocas fantasías.
No ignores las señales que alertan la desidia, puede cubrirlo todo como las malas yerbas y al crecer muy dentro del cerebro, se secarán sus ríos y de los planes chicos quedarán las migajas.
Cuando acabes tu andanza y abandones su mente, trata de recordar el rinconcito exacto donde el niño ha situado la imagen de tus actos, casi siempre es un sitio al centro de la frente, que debe ser besado para que no se seque.
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Dayris Vázquez dijo:
1
14 de noviembre de 2018
17:55:19
pitufina dijo:
2
15 de noviembre de 2018
09:08:40
Isa-Pinar dijo:
3
15 de noviembre de 2018
09:36:54
ALEXANDER dijo:
4
15 de noviembre de 2018
11:39:12
SoloYo dijo:
5
4 de diciembre de 2018
15:05:12
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