ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Iván y Javier son amigos puertorriqueños que por estos días vinieron a La Habana. Pensaban llegar en uno de los cruceros que atracan los viernes por la mañana y desatan las amarras el propio día en la tarde para continuar viaje, pero no estuvieron a tiempo para tomarlo a su salida de Estados Unidos.

Al no cuajar la travesía por mar, ambos se trasladaron en avión y, en lugar de permanecer unas pocas horas acá, como lo habían concebido, decidieron pasarse tres días, especialmente porque uno de ellos, Iván, cumpliría su primer viaje a Cuba y deseaba constatar, in situ, algunas de las cosas que le «advirtieron» allá en su lugar de residencia en tierras estadounidenses.

A Javier lo conocí durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce, en 1993, y ha realizado más de una docena de incursiones a la Isla, la conoce de punta a cabo, sabe cuál es la realidad de nuestro pueblo de frente al bloqueo de Estados Unidos, y siente mucha pena por las condiciones en que quedó su Puerto Rico después del paso del huracán María.

Iván vive y trabaja en la Florida; Javier permanece en Ponce. Tras la llegada al aeropuerto José Martí, mientras el ponceño recordaba hechos de años anteriores en La Habana; su compañero de travesía me disparó a boca de jarro:

–Allá me dijeron que no saliera de noche por el Malecón…

Como no hay nada mejor que vivir para ver, esa misma noche de viernes, cuando algunos puestos de venta de alimentos y bebidas empezaban a animarse de frente al emblemático muro capitalino, lo invité a caminar desde el Hotel Nacional hasta poco antes de donde se aborda la lanchita de Regla.

Vio a muchas parejas arrullándose al embrujo de la noche sentados sobre el muro; le pasaron por el lado vendedores de maní y chicharrones; un dúo de guitarra y clave le dedicó una canción; otros vaciaban su botella de ron; en fin, si al inicio se mostró desconfiado de lo que apreciaría, fue relajándose y hasta un piropo le dedicó a una graciosa mulata.

Javier, veterano de esas andanzas, también disfrutó del paseo, sin influir en un cambio de opinión de su compañero, prefirió dejarlo que comprobara la falsedad de aquella advertencia escuchada antes de armar la mochila para el viaje.

Iván, no bien habíamos llegado a la mitad del trayecto, dijo que donde él reside, tanto la televisión como la prensa escrita difícilmente digan algo favorable a Cuba, de ahí sus comentarios acompañantes en esta primera estancia. Sin embargo, no quiso quedarse encasquillado y me expresó una segunda duda:

–¿Es verdad que los extranjeros aquí no pueden tener dinero cubano?

Como ambos se hospedaron en un alquiler de cuentapropista, conversó con gente del barrio, supo de los avatares de sus pobladores, de cómo es el día a día, y también sintió la solidaridad, esa que no falta a pesar del bloqueo. Tomó café mezclado en casa del vecino, preguntó por algunos productos que escasean y apreció en vivo las dificultades del transporte público, a lo que Javier le acotó que si allá donde él vive le habían dicho que el bloqueo es un cuento de camino, ahora tuvo la ocasión de ver cómo entorpece la vida del cubano.

Acostumbrado a las facilidades de su hogar, imaginé que, tras la experiencia directa con la realidad de un país sometido a las tantas presiones de Estados Unidos, no pensara regresar. Sin embargo, minutos antes de despedirlo en el aeropuerto, me dijo: «En febrero estaré aquí otra vez, para celebrar mi cumpleaños en Cuba».   

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