Las ciudades enseñan. Una ciudad ordenada, limpia y alegre –lo cual no quiere decir que se aproveche ese estado de ánimo para alterar el orden establecido, impidiendo el merecido descanso de sus moradores– atrapa y hace que la amemos, a pesar de sus defectos.
Por eso no podemos cerrar los ojos ante lo fea que hoy luce La Habana. A pesar de todos los esfuerzos que se están haciendo, todavía está muy lejos de cumplir la afirmación del Apóstol: «(…) una ciudad es culpable mientras no es toda ella una escuela».
De esta realidad nadie escapa. Todos de una manera u otra somos cómplices. La Habana real y maravillosa que estamos anunciando puede ser posible si todos nos unimos en ese empeño. Utopía, podrían pensar muchos; imposible de lograr a esta altura del campeonato, dirían otros; que se puede intentar y vale el esfuerzo también se puede decir y en ese grupo me incluyo.
Lo que sí está claro es que tenemos que cambiarle el rostro a La Habana, «la capital de todos los cubanos». En esa tarea deben estar (y está) el interés y el esfuerzo de las principales autoridades del país y de la capital –como se ha podido apreciar en las reuniones que se están efectuando con vistas al aniversario 500 de la fundación de la ciudad en el 2019, en las que ha participado Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros–, a quienes desde ahora y hasta noviembre del año entrante les corresponde tomar las grandes decisiones que conlleven a materializar el propósito de tener «La Habana real y maravillosa».
También cuenta lo que cada uno de nosotros pueda (y estamos en el compromiso moral) hacer desde la propia casa, barrio, comunidad, escuela, centro de trabajo; porque nos duela ver una calle secundaria parecida más al cauce de un río seco, o una esquina llena de basura y escombros, en la mayoría de los casos, convertida en una loma empinada por la indisciplina de los propios vecinos del lugar, amén de los descuidos de las instituciones.
Aún falta mucho por avanzar, es cierto, pero más nos resta para ser nosotros los primeros que nos comportemos según establecen las normas de urbanidad y de educación formal. Ya lo dijo Martí: «(…) la vida sin cortesía es más amarga que la cuasia y que la retama (…)».
Entonces, a la manera de Guillén, juntemos todas las manos para hacer esta muralla, y declarémosle desesperadamente a La Habana, todo nuestro amor.


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Anibal garcia dijo:
1
31 de octubre de 2018
16:21:51
Respondió:
6 de noviembre de 2018
10:50:59
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