ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Como es fácil presumir por quienes lo tratan, el reportero no nació en esta ciudad. Se le nota por fuera y por dentro. Es guajiro de la «gorra a los spikes». Vino al mundo en una finquita llamada Botel, en las inmediaciones de la localidad de Güira de Macurijes, en el municipio de Pedro Betancourt.

La pequeña propiedad consistía en tres o cuatros campos de caña y menos de una docena de cabezas de ganado. Su padre cultivaba un poco de arroz, maíz y yuca para alimentar a la familia, en una «tierra cansada», como le gustaba decir. Allí ancló en los primeros años del pasado siglo el abuelo paterno, Manuel, quien junto a su hermano José salió rumbo a Cuba desde el sitio conocido como Chipude, en el municipio de Vallehermoso, perteneciente a la provincia de Santa Cruz de Tenerife, en la isla de La Gomera, Canarias, España.

Dicen que es un lugar auténtico, de tradiciones ancestrales y paisajes hermosos. De allí partieron Manuel y José huyendo del servicio militar y en busca de mejores condiciones de vida. Como apenas rebasaban los 15 años de edad, sus padres, en gesto protector, enviaron un tiempo después a sus dos hermanas con el propósito de que los cuidaran.

María y Ángela se consagraron a ellos a tal punto que nunca se casaron ni formaron familia. Sin embargo, no pudieron reunir la fortuna necesaria para regresar a Chipude. Todo hace pensar que sus padres murieron de tristeza y en la absoluta soledad. De la finquita Botel apenas sobreviven la mata de jagüey que le dio sombra al antiguo bohío familiar y un pozo de agua excavado hace alrededor de un siglo.

A menudo suelo visitar los pocos vestigios del abandonado sitio. Con los pantalones remangados me abro paso por el herbazal para llegar hasta el brocal del pozo de donde todavía se podría extraer agua subterránea. Allí permanezco algún rato. Es un instante de inspiración, de añoranza y hasta de sano orgullo.

Evoco esos recuerdos, que algunos llaman sentimiento de identidad, a propósito de los festejos por el aniversario 325 de Matanzas y el título oficial que la declara como Ciudad turística, dado a conocer el fin de semana. Esta última noticia alegra a todos, aunque no hayan nacido en la llamada Atenas de Cuba.

El ministro cubano de Turismo, Manuel Marrero, concibió exquisitos halagos para la ciudad y el pueblo matancero, y de sus palabras se desprende que dicha designación no es por simpatías ni por estimación; responde a los bienes patrimoniales y a la riqueza cultural, histórica y natural, que constituyen en realidad el mayor alegato.

Se trata de la ciudad que era bella inclusive en su aspecto de desamparo y que, al decir de Eusebio Leal, exhibe un espléndido panorama natural, donde la poesía, el arte, la cultura y el pensamiento marchan de la mano. Ahora, sin duda, mejor dotada con diversos espacios para saciar exigencias de los visitantes y de su propios inquilinos.

A unos y a otros es preciso atender con cariñosa diligencia, cordialidad en el trato y eficiencia en los servicios. Como nunca debemos consolidar en la ciudad la disciplina y el respeto por el patrimonio, por el cuidado extremo de todo lo renovado al costo del esfuerzo de inversionistas, constructores, arquitectos y de todos aquellos que consiguieron devolverle el esplendor a la urbe durante el amplio proceso inversionista.

El 325, primer paso de un largo camino, y la designación de Ciudad turística deben traer consigo mayor prosperidad, incentivos para continuar adelante y procurar esa urbe espléndida, amada por personas ilustres y gente corriente, de la que también se apropian seres venidos al mundo en otros sitios.

Foto: José.M. Correa Armas
Foto: José.M. Correa Armas
Foto: José.M. Correa Armas
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