De una manera o de otra, todos en la vida tratamos de clasificar las cosas. Las apartamos en grupos según sus características, lo mismo sean objetos que personas. En mi caso particular, he creado tres grandes grupos humanos, primero los «carapachos» que son aquellos con más envoltura que contenido; diciéndolo en buen cubano, más rollo que película, los que al decir de nuestro Héroe Nacional tienen mucha tienda y poca alma.
Dentro de estos se acomodan aquellos que te saludan un día y otro no; los que son «amigos» hoy e indiferentes mañana; los que visten bonito, pero no se han leído en su vida ni la biografía de Matojo; los que están seguros de ser dioses griegos y actúan como si la belleza física nunca se les fuera a acabar; los adulones y los que rinden tributo a las máscaras; esos que levantan una bandera ahora y cuando la cosa se pone mala, pues simplemente levantan otra, aunque esta sea el estandarte de quienes fueron siempre pérfidos enemigos.
Después vienen los «equilibrios» que son gente, podría decirse, situadas en un punto medio, ellos no siempre actúan mal, pero estando en el límite también es posible que lleguen a brillar o que se conviertan en carapachos.
En este apartado se acumulan algunos amigos que se comienzan a alejar sin motivos aparentes y nunca llegamos a saber bien por qué; los que te quieren y tú lo sabes, pero podrían quererte mejor; los que te prestan la soga, pero no la yegua, y los que dándoles un empujoncito pueden ser mejores personas. A veces suelen usar esa habilidad de malabaristas para no tomar partido en esto o en aquello, que puede ser inofensivo en ciertas cosas, pero muy nocivo en otras.
Al final vienen los «brillantes», la gente buena que te ayuda sin sacar cuentas; los que no gustan de realzar proezas propias y en cambio son voceros de las proezas ajenas; los que no traicionan bajo ningún concepto; los que prefieren servir que ser servidos; los que tienen un verdadero arsenal de «te daré» y escasamente un puñadito de «dame»; los que no se olvidan de tu cumpleaños y los que acuden en las malas sin ser llamados y en las buenas cuando se les invita.
Otros pueden haber inventado sus formas propias de discernimiento, pero la mía ha funcionado, es tal vez por eso que no me rodean muchos carapachos, conozco perfectamente a los del equilibrio y siento orgullo de los brillantes que forman parte de mi círculo de amigos.
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Sinforiano dijo:
1
28 de septiembre de 2018
08:28:57
Julio Cesar dijo:
2
28 de septiembre de 2018
09:15:33
Héctor Respondió:
30 de septiembre de 2018
02:33:14
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