Cuba se está convirtiendo en un país de abuelitos y abuelitas, cada año son más personas las que llegan a esa venerable condición. En una ocasión escuché decir al inolvidable Enrique Núñez Rodríguez –con el cual tuve el honor de compartir mientras ambos éramos diputados al Parlamento– que los humanos deberíamos ser primero abuelos y luego padres, porque se suele ser más sabio con los nietos que con los propios hijos.
En lo personal, solo conocí a una de mis abuelas; medianamente gruesa, de cabellera plateada y ojos hermosamente azules. Usaba unas batas de casa holgadas, de amplios bolsillos, donde siempre se podía encontrar la golosina oportuna o el dinerito capaz de resolver determinados entuertos infantiles o juveniles.
Eso de ser abuelo(a) es algo casi mágico, porque cuando llegas a esa condición es como si la última metamorfosis de la vida te permitiera mutar a otra personalidad o borrar algunas cosillas del pasado. En la dulce etapa de la ancianidad se funden sabiduría y ternura, logrando una combinación que no es posible conseguir a otras edades. En esa sapiencia encanecida se pueden encontrar respuestas, consuelos o el remedio ideal para males del alma y del cuerpo.
Hace algunas décadas se hablaba menos del asunto porque éramos más jóvenes –como sociedad en su conjunto– pero ahora que el índice de «ocambos» ha subido a parámetros bastante elevados, se hace necesario darle una mirada diferente a este asunto que nos atañe a todos; si tenemos en cuenta que, potencialmente, gracias a nuestro sistema de salud somos muchos los que ingresaremos en el arrugadito equipo de los veteranos.
No tener abuelos puede derivar fácilmente en una «violación» de ciertos y determinados derechos del niño, sobre todo en tiempos de vacaciones y receso escolar. Podría poner en peligro la fabricación de papalotes, chivichanas, tareas investigativas o disminuir drásticamente la asistencia dominical a los parques infantiles.
Cuidar y proteger a los ancianos habla mucho de la cultura, el civismo y la solidaridad en cualquier país del mundo. No en vano las antiguas civilizaciones o las tribus pretéritas de la historia universal, conferían una importancia inigualable a los sabios, como depositarios de conocimientos ancestrales.
Nuestros viejos(as) –y lo digo con cariño– no son androides diseñados para hacer colas, buscar mandados o sacar los perritos de paseo, son mucho más que eso y merecen respeto. Suelen ser lentos al cruzar la calle, les resulta engorroso el cajero automático, complicado el celular e inentendibles algunas tendencias de la moda, pero si queremos que siga creciendo el Club de los 120, merecen toda nuestra atención y afecto.
En nuestra Isla, que tanto ha hecho y hace por el ser humano, este es un tema que se toma en serio, pero no basta que instituciones u organismos afines a la cuestión tomen cartas en el asunto; se precisa que la sociedad en su conjunto haga del respeto a las canas un hábito y un verdadero monumento al esfuerzo de toda una vida.
Siempre recuerdo que mi madre (que es ya también una abuelita hacendosa) cita un adagio dirigido a quienes de alguna manera se burlan de la vejez: Como te veo, me vi; como me ves, te verás.
COMENTAR
Héctor dijo:
1
17 de septiembre de 2018
07:46:50
Mariyanis dijo:
2
17 de septiembre de 2018
11:19:21
Alelí Villa Clara dijo:
3
18 de septiembre de 2018
13:30:14
Dismara dijo:
4
25 de septiembre de 2018
10:25:38
Responder comentario