Yo no conocí el capitalismo en Cuba y me alegro, porque mi vieja sí lo conoció y no se alegra. Ella nos ha contado sus historias, que son las crónicas de mi barrio antes de 1959, de gente maltratada por los rigores de la agricultura cañera y el tiempo muerto de los centrales azucareros, de gente descalza y analfabeta; progenitores de los niños que luego crecieron conmigo en situación muy diferente.
Mi abuela también contaba cosas y tenía un humor especial y un sentido figurado espléndido, decía que el capitalismo era como ver una bonita película subtitulada en una casa con un niño que llora, usted se puede tapar los oídos y disfrutar de la parte hermosa del filme, ignorando la gritería del vejigo.
Aquel mensaje tan ocurrente me acompaña y a veces me viene a la mente cuando alguien, aturdido por los placeres del consumo, se niega a reconocer que la otra cara de la moneda esconde muchos más gritos que el refrán de la abuela.
El hijo de Rafael, un viejo amigo de mi infancia, viene a veces de visita, alquila un auto y deja una estela de latas de cerveza vacías tiradas en la calle del barrio, ostenta cuatro cadenas doradas que apenas le permiten mantener la cabeza erguida, provoca la muerte de algunos cerditos inocentes sacrificados en su fiesta de bienvenida, y al más puro estilo de los conquistadores españoles, carga con un alijo de bisuterías diversas (que hacen función de espejitos y otros cacharros que eran trocados por el oro aborigen), apostando por obtener a cambio favores y servicios de mucho valor que acá siguen siendo gratuitos para todos.
Siempre asegura que es casi un empresario, que el dinero no es problema, que ya es de «clase media y hasta de clase y media» ; pero dice mi mamá, a base de un refrán de arraigo popular, que la lista no le cuadra con el billete, porque Rafelito, alias El Ladrillo, sigue teniendo las mismas manos callosas de cuando levantaba muros por la vecindad, e incluso ahora un poquito más.
Dice mi vieja que lo que más le mortifica es que le ha preguntado por otros que también se marcharon y según cuenta el de las cadenas (que después supimos eran alquiladas para el viaje), también Arsenito, el guagüero, ahora es gerente; Paula, la que vendía caramelos de pasta dental, es dueña de una tienda de modas; y Manolo, el que no trabajaba en nada, es director de una agencia, nada menos que de empleos.
Cuenta mima que ella no aguantó más y con educación le tuvo que decir: contra, Rafelito, pero en ese país ¿nadie es obrero?


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Héctor dijo:
1
8 de agosto de 2018
08:35:04
MIGUEL Respondió:
8 de agosto de 2018
09:03:59
yimia dijo:
2
8 de agosto de 2018
16:35:55
Gilberto Betancourt dijo:
3
8 de agosto de 2018
20:41:58
Enmanuel (pichy) dijo:
4
9 de agosto de 2018
11:58:49
Julio Cesar dijo:
5
9 de agosto de 2018
18:18:03
Farandula86 dijo:
6
10 de agosto de 2018
09:35:53
Gualterio Nunez Estrada Respondió:
12 de agosto de 2018
10:35:33
Julio Cesar dijo:
7
10 de agosto de 2018
11:16:24
Gualterio Nunez Estrada Respondió:
12 de agosto de 2018
10:55:45
Gualterio Nunez Estrada dijo:
8
12 de agosto de 2018
11:30:00
Gualterio Nunez Estrada dijo:
9
14 de agosto de 2018
07:03:51
Gualterio Nunez Estrada. dijo:
10
14 de agosto de 2018
08:47:36
Teresa dijo:
11
17 de agosto de 2018
18:14:28
Teresa dijo:
12
17 de agosto de 2018
18:26:58
walter dijo:
13
22 de agosto de 2018
12:23:45
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