París, fue ese el destino marcado, y sería ilógico negar la emoción ante la posibilidad de descubrir, en vivo y a todo color, los tesoros culturales e históricos que la han convertido en una de las ciudades más famosas del mundo.
La idea de un encuentro con otra cultura, el plan de la foto infaltable frente a la torre Eiffel, el recorrido por los Campos Elíseos o la visita al famoso Louvre, se incluyen rápidamente en el programa mental, que complementa al ya previsto por los organizadores del viaje. Comienzan las búsquedas en internet, la descarga de aplicaciones para lidiar con el idioma y la orientación dentro de la urbe, y la revisión exhaustiva del clóset para decidir la vestimenta adecuada ante cada una de las jornadas que se avizoran.
Quienes ya han tenido el placer de conocerla, te auguran una experiencia maravillosa y te recuerdan que cualquier dispositivo capaz de tomar fotos debe ser un compañero infaltable. Mientras, amigos y familiares insisten en que no te olvides de publicar en Facebook para mantenerlos al tanto.
Llega el día y cuando tocas tierra extranjera no puedes evitar el sobrecogimiento ante lo desconocido. Lo que hasta hace solo unas horas fue pura adrenalina, se transforma en el temor de «y ahora qué hago». Pero cubana al fin no le temes a los retos, miras a tu alrededor, pones los radares en punta, sigues a la mayoría y entre señas, medio inglés, algún que otro término en francés, y todo aquello que la lógica te indica, emprendes la experiencia.
No importan las casi diez horas de viaje. Es domingo, estás en París y dormir sería casi un sacrilegio. Así que con el resto de la tropa te aventuras a desandarla.
De inmediato te absorbe la singularidad de una urbe que conserva una arquitectura patrimonial capaz de sobreponerse a la modernidad y al desarrollo.
Miras al horizonte, y solo la torre de Montparnasse, el imponente rascacielos de 210 metros de altura rompe ese equilibrio.
Comienzas la conquista por los jardines de Luxemburgo y te contagias con la tranquilidad de las familias que toman el sol, de los niños que corren alegres hacia todas partes. Eso es solo el comienzo. La tarde avanza y también lo hace el grupo pequeño y entusiasta, que sin un orden geográfico bien definido llega hasta la Catedral de Notre Dame, el famoso puente de los Candados, las curiosas pirámides del Louvre, el imponente Arco de Triunfo, recorre las márgenes del Sena y finalmente, va a dar a los predios de la torre que ha devenido símbolo de París para el resto del mundo.
Regresas con dolor en los pies, pero con toda una gama de pruebas documentales que ocuparán las próximas dos horas de redes sociales. No puedes esperar a compartir con tus amigos la experiencia.
El lunes, más allá de la batalla contra las seis horas de diferencia y el cansancio de la maratónica jornada precedente, amaneces en plan esponja. Has venido a aprender y a aprehender, a intercambiar experiencias, criterios, a ver modos de hacer y a compartir los tuyos, y eso es igual de motivador.
Durante los próximos días se suceden los encuentros, que van de norte a sur, que viajan en auto, en lancha o en el tren más rápido del mundo, y casi no te alcanzan los dedos para documentar todo lo interesante que percibes a tu alrededor.
No puedes evitar la alegría cuando dices, soy de Cuba, y alguien que apenas habla español te responde «Ah, Cuba, Fidel Castro». Asumes sin dudarlo el reto de explicar tu realidad a quienes no la comprenden del todo, y te enorgulleces cuando a pesar de las diferencias en cuanto a sistema social y económico, prima el respeto hacia tu Patria y la reconocen como referente por haber avanzado en el camino de emprender muchos de los retos que tiene hoy la humanidad.
Si a eso sumas la coincidencia con una final del Mundial de Fútbol y la posibilidad de estar en Francia el 14 de julio, día de celebraciones en recordación a la toma de la Bastilla, te das cuenta de que has disfrutado de privilegios añadidos. Cierras tu última noche observado un maravilloso espectáculo pirotécnico que tiene como centro a la torre Eiffel y te das por satisfecha.
Han sido tantas las emociones que no concibes otra que pueda superarlas, pero sí, hay una. La única capaz de sacarte las lágrimas, la única que no se compara con nada que hayas visto o sentido antes: volver.
El momento justo en que comienzas a ver tu Isla desde el aire, en que aun sin percibirlo ya imaginas su aroma. Y luego tocas tierra, y escuchas tu idioma y sientes tu sol en la piel y miras a tu gente, y es tan inmensa la alegría, que más allá de cada momento transcurrido en los días precedentes, es el regreso, ese instante inigualable del reencuentro con la Patria, la experiencia más maravillosa de tu viaje.
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Mary dijo:
1
25 de julio de 2018
09:26:45
Angel Parra dijo:
2
25 de julio de 2018
11:02:47
María del Carmen dijo:
3
25 de julio de 2018
11:57:15
Marisel dijo:
4
8 de agosto de 2018
13:14:56
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