Sin duda ha sido el Mundial de los tatuajes y es difícil encontrar un equipo cuyos integrantes dejen de lucirlos.
Eso en el campo de juego, porque arriba, en las gradas, muchos seguidores se hacen grabar los mismos símbolos que llevan sus ídolos, u otros referidos a los deportistas, en quienes cifran sus esperanzas de victoria.
Se discute de fútbol y aunque no en la misma medida desbordante, también de tatuajes.
Los especialistas de esta costumbre milenaria se desgañitan en las redes sociales elogiando aquellos trabajos artísticos que consideran excelsos y enviando al foso de los leones «los churres» que infaustamente se dejaron grabar otros.
Messi, Neymar, no pocos de los que ahora mismo juegan, o jugaron, e igualmente Beckham, Rossi, o el mítico Maradona, juzgados más por la trascendencia artística y contenido existencial emanado de sus tatuajes que por las habilidades demostradas con el balón a lo largo de los años.
Si en el pasado al tatuaje se le consideró por un tiempo como decoración indecorosa de infractores de la ley y hasta criminales, y los dibujos en la piel les sirvieron a sicólogos y demás especialistas (Lacassagne, Baer y Batut) como una vía de estudio para adentrarse en la personalidad de los transgresores, hoy son los mismos amantes al fútbol los encargados de darle significación a los textos y representaciones pictóricas lucidos por sus campeones.
En alguna medida el fútbol, con su poderío mediático y las grandes audiencias que convoca, le ha reintegrado al tatuaje la dignidad histórica que lo avala como una de las primeras manifestaciones culturales surgidas en tiempos del periodo Neolítico, hace más de 5 000 años, según restos encontrados en Siberia y el delta del Danubio, aunque hay estudios que remontan su origen a 12 000 años.
Un fenómeno multiplicado en el antiguo Egipto, la India, Japón y México e igualmente en la cultura celta, que lo utilizaba con fines bélicos.
El oscurantismo de la Edad Media prohibió los tatuajes por considerarlos una mutilación al cuerpo entregado por Dios y la medida fue extendida durante el llamado periodo de colonización a América, aunque nadie pudiera asegurar que en sus partes corpóreas menos expuestas aquellos marineros lucieran el fervor de sus figuras.
Si bien los colonizadores europeos de la Polinesia se propusieron acabar con la rica variedad artística que lucían los nativos en su piel, el explorador Thomas Cook se encargó de que la alta sociedad occidental la conociera en todo su esplendor, lo que se considera un momento culminante por la significación que más tarde alcanzaría esa técnica.
Vaivenes en la cultura del tatuaje, que fuera introducida en los Estados Unidos en el siglo XIX, hasta que los hippie, abandonando los estilos «marineros», le dieran un impulso decisivo recurriendo a diseños más coloridos, acordes a la época. Una popularización vista con buenos, o malos ojos, pero nunca más detenida.
Larga y contradictoria historia con mucho todavía por contar y que ahora mismo cobra su relieve máximo cuando la mayor audiencia televisiva que pueda convocarse en el mundo habla a gritos de jugadas increíbles, victorias inesperadas y también, más calmada la voz, de tatuajes.
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sofia dijo:
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6 de julio de 2018
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amilcar dijo:
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6 de julio de 2018
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24 de julio de 2018
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