Con independencia de sus puntos discutibles y mi visión personal crítica en torno a prácticas colaterales del ritual –que aquí no tengo espacio ni resulta el objetivo consignar– es la celebración de los 15 años en la adolescente una tradición latina que, en la variante actual cubana, lleva implícita determinadas dinámicas, de las cuales resulta parte inherente la tanda de fotos.
Son numerosos los estudios fotográficos del país dedicados, entre otras funciones, a guardar para la posteridad dichas instantáneas tan añoradas por la familia y, especialmente, por la niña; porque eso son a esa edad: niñas.
En el sector hay de todo, lo bueno, lo regular y lo pésimo, con abundancia de lo último, al punto de que cuanto fue (aún en no pocos casos sigue siendo) una tradición de cierta belleza, como de obvia connotación sentimental, hoy haya sido corrompida, en parte, por mercaderes. Y por las «modas» sembradas.
Más allá de que, por encima de cualquier otra premisa, las personas dedicadas al oficio brinden un servicio comercial donde prime el beneficio económico y ellas deban cumplimentar los deseos de los clientes, en este gremio conviven artistas, aprendices y puros estafadores. Gente capaz de bien encauzar, o lo contrario.
Por fortuna, las recientes fotos de 15 de mi hija fueron tomadas por dos de los primeros: una pareja creativa autora de álbumes de referencia, esmerada en la realización y entrega de imágenes cuyo signo distintivo –en nuestro caso– resultó la delicadeza, la sensibilidad y el buen gusto.
A propósito del citado evento familiar, mucho más razones paternas que periodísticas me condujeron a apreciar infinidad de catálogos digitales de fotos de quinceañeras, de varias provincias del país: un considerable segmento de las muestras es pedestre; sin valor técnico, artístico o sentimental, éticamente nocivo.
Las gráficas delatan las manquedades estético-culturales de sus fotógrafos. La propuesta creativa asume un imaginario construido, tendente a reforzar la sexualización en la infancia; en tanto parte de la cultura de consumo que legitima –mediante signos de evidente compromiso ideológico– el sometimiento femenino a patrones instaurados por el machismo extremo.
Más que fotos a adolescentes en una de las etapas más bellas, nobles y emocionalmente indefinidas de sus vidas, algunas semejan catálogos para pederastas que recibirían la repulsa internacional debida si poseyeran exposición en las redes sociales.
Tales imágenes poseen sus referentes más directos en la publicidad comercial de mayor carga de erogenización, en fotogramas de recordados filmes no dedicados a un público infanto-juvenil, en «ecos» de modas ajenas (en castellano callejero: oyeron campana y no saben dónde)…
También tienen su referente en algunos videos clip de reguetón o trap, cuya decodificación induce –lamentable e irremisiblemente– a barajar la teoría de que siglos de logros sociales de las mujeres estarían en peligro de irse a la bartola si se sigue proponiendo, cual alternativa válida y «normal», el ofrecimiento de la jovencita como mero objeto sexual al servicio del «imbécil alfa» que la trata como otra más de las mercancías compradas.
Los padres (muchísimo más que los fotógrafos) tienen crucial responsabilidad en el asunto. No es la «moda» ni «lo que se usa» sino tan solo lo que te (les) están induciendo otros.
Caso contrario, en ocasiones son las muchachitas quienes solicitan las fotos. Entonces los progenitores no les pueden imponer su criterio, pero tampoco complacerlas a costa del decoro. Deben explicarles la importancia inigualable de su dignidad, el respeto que merecen como representantes del sexo femenino y seres humanos.
En una foto de 15 su hija no tiene que estar disfrazada de personaje de Cincuenta sombras de Grey; no tiene que sujetarse a un tubo en una barra de stripper (son las bailarinas nudistas de los clubes occidentales); a lo Cameron Díaz en Bad Teacher; ella no precisa modelar mojada y enjabonada con una manguera, lavando el auto ante la mirada complaciente de su «dueño»; no está obligada a ir vestida con envoltorio y lazo de regalo para entregarla al «amo» en determinada celebración; su hija no debe cumplir con el imperativo de emular a Nicki Minaj en el clip de Anaconda…
Los padres han de tener en cuenta, además, que aunque el acto no posea intenciones dañinas, sino más bien comerciales o promocionales, al ser distribuidas digitalmente como muestras de exhibición –práctica nacional muy corriente– tales fotos pueden tomarse para su empleo internacional con fines espurios.


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MC dijo:
1
15 de junio de 2018
08:51:42
martha dijo:
2
15 de junio de 2018
11:44:13
Julio Martínez Molina Respondió:
16 de junio de 2018
11:24:26
Tania dijo:
3
19 de junio de 2018
08:40:58
Boris dijo:
4
2 de julio de 2018
11:32:57
Esther dijo:
5
4 de julio de 2018
13:33:09
Teddy Bravo Saavedra dijo:
6
11 de abril de 2020
20:12:49
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