Pronto descubrí que los labios de Jeanne Moreau eran (y perdonen lo gastado del término) el espejo de su alma.
Fue imposible entonces ir a ver sus muchas película sin apartar los ojos de aquellos labios; al reírse, al llorar, al pronunciar un parlamento cualquiera con su voz eternamente grave.
Ninguna firma de cosméticos la hubiera contratado para un anuncio (portadora ella de una belleza tan poco convencional para los años 50-60), y sin embargo, nunca tuvo el cine labios tan diferentes y explícitos a la hora de expresar un sentimiento.
Desconozco si algunos de los grandes directores que desde muy temprano la buscaron repararon en ese don. Es de suponer que sí, ellos tan capaces de explotar los movimientos de su cuerpo (entrenado en el teatro), la expresividad de los ojos, su don de transmitir una sensualidad tan libre como misteriosa.
Cuando Jeanne Moreau, deidad de la Nueva Ola y protagonista de muchos filmes más, falleció en el 2017 a la edad de 89 años, lo primero que me vino a la mente fue la forma de sus labios y las excelentes películas en las que, una tras otra, dejó estampadas sus huellas.
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