La corrida de la papa, reaparición de una acompañante natural de la mesa cubana (prima hermana del huevo), inunda el ambiente con mil y más acontecimientos, algunos nada edificantes.
Imbuido en ese ambiente «papístico», el abuelo, contento de que su próxima incursión al mercado del barrio sería para capturar las 16 libras del tubérculo que le correspondían a la familia en el primer envío de la temporada, decidió tirarme una llamadita telefónica para saber si ya por mi casa habíamos chocado con el fruto de esta planta solanácea.
Un par de horas después del anuncio, retornó. Entonces le sentí la voz entrecortada por la ira de la inconformidad, porque conocedor de que a sus más de 80 años no les es permitido «subir al ring» para defender sus derechos, pretendió desatar una queja elevada en tono sostenido contra quien, valiéndose de la humildad y decencia de su octogenaria cabellera, lo timó en lugar de servirle en buena lid.
LA PROPUESTA Y EL ROBO
–Mire, me tocan 16 libras por las cuatro personas que habitan mi casa, pero divídamelas en dos jabas de ocho libras para regalarle una a mi hija, argumentó el abuelo.
–Viejo, ¿quiere mejor llevarse diez en cada jaba? Apuntó el despachador. (En no pocas ocasiones alguien ajeno a los autorizados para ocupar el mostrador, algo así como el socio del dependiente).
–Bueno, si con eso no afecto a los demás, tenga los 20 pesos.
Al extender su diestra con el billete quedaba sellado el pacto. Solo era cuestión de llegar a casa para lavar las papas y ponerlas en el viandero, a la disposición del fogón.
El abuelo, por curiosidad, sin la menor sospecha sobre aquel que le había mostrado tanta amabilidad y, nunca pensando en que una marcada felonía alcanzara ese altísimo nivel de desfachatez, desvergüenza y abuso, puso sobre la fiel balanza de su hogar cada jaba del producto.
–Siete libras, ¡imposible! El disgusto por haber confiado en aquella «proverbial bondad» y comprobar que en su compra faltaban seis libras, amenazaba con volarle la tensión arterial.
La familia lo detuvo en su interés por retornar a la plaza para reclamar, pues el hecho de volver a casa con la compra, sería el elemento en la mano del estafador para sugerir que hubieran podido sustraer de las bolsas el faltante. (El ladrón piensa que todos son de su condición).
Si difícil es salir airoso de un careo, aun cuando es evidente la falta de una de las partes involucradas, más difícil resulta aceptar que existan personas tan insensibles, buscadores de dinero fácil a cualquier precio, faltándole a la confianza que el pueblo deposita en ellos como servidores de la comunidad. Cuando cosas así suceden, una buena noticia, por obra del engaño, se torna en paparrucha de muy mal sabor.
Y es mayor la estafa, si se comete a costa de una persona de la tercera edad.
COMENTAR
Dania dijo:
1
14 de marzo de 2018
12:04:17
cubana dijo:
2
14 de marzo de 2018
13:13:17
sachiel dijo:
3
14 de marzo de 2018
13:16:44
Frank dijo:
4
14 de marzo de 2018
14:37:39
Osquel dijo:
5
15 de marzo de 2018
08:55:25
sachiel dijo:
6
15 de marzo de 2018
10:36:45
AJ dijo:
7
15 de marzo de 2018
14:05:57
Ramon Felipe dijo:
8
27 de marzo de 2018
01:22:42
Ramon Felipe dijo:
9
27 de marzo de 2018
12:22:01
Responder comentario