
Los que leemos tenemos siempre un personaje redentor. No porque tenga «poderes» sobrenaturales propiamente dichos, sino porque sus dominios llegan a convertírsenos en patrones permanentes que desempeñan su rol en la autodefensa que un día podríamos necesitar. Su fuerza es tal que cuando los esfuerzos propios no bastan, se nos aparece y hasta nos habla. Casi siempre son varios los que se admiran, pero hay uno que se guarda con especial deferencia.
El señorío de Sherezada sobre mí tiene lejanas resonancias. Personaje y narradora principal de los cuentos árabes reunidos bajo el nombre de Las mil y una noches, fue de las primeras que desde la literatura me hizo su cómplice y me enseñó que la inteligencia debe estar al servicio del bien.
De niña supe de ella. Tan lejana, tan cálida, tan próxima… Al leerla llegué a imaginar su voz, con esa persistencia femenina en aras de triunfar sobre el despecho machista que hizo al rey Shahriar poseer a una mujer cada día y decapitarla al amanecer. Así «resolvería» el sultán vengarse de la primera esposa a quien había sorprendido en el apogeo de la traición.
Tres mil jóvenes habían sido ejecutadas cuando Sherezada rompió, contando cuentos que al amanecer quedaban inconclusos, el designio del rey; y lo hizo usando su palabra para disuadir, para suavizar, para endulzar, para educar, para enamorar, para, en medio de las experiencias ajenas, ensartadas en su palabra, hacerlo volver a creer.
Jugar a ser ella me hizo feliz hasta que en la adolescencia había calado en mi espíritu; no siempre pude llegar a su talla y en el intento de equilibrar el trapecio caí de las alturas. Cuando me hizo falta la tuve y aprendí a no callar razones, a defender lo que se piensa. Sherezada inspira, conquista, anima a cruzar el campo minado y cuando el verbo no alcanza, ella está. Más o menos es esa la función del arte. Soñar otras vidas y tomar lecciones tras el velo anestésico de la verdad.
Hoy de nuevo la estoy buscando, aunque no es para mí. O mejor sí, porque todo lo que pase con el socorrido me incumbe. Hay alguien que precisa de Sherezada, una de carne y hueso, pero con la misma capacidad de convicción que la del libro. Este «príncipe» apremiado al que quiero que conozcas no guillotina muchachas; pero todas le sirven solo para pasarla bien. Sin compromiso con el corazón llegan en son aleatorio y en el trance mueren amores sin siquiera haber nacido.
Si Shahriar albergaba una venganza para aplacar el dolor de las falacias, este príncipe se aferra a decepciones que le retuercen los impulsos y distorsionan cualquier atisbo de pasión. Lo alarmante acaso es el descrédito. Resistirse a encontrar el amor y maquillar de dicha la aventura es solo un modo de encubrir lo que seguirá faltando.
Se buscan Sherezadas que junto al sentimiento pongan la agudeza. Porque no van siempre unidas lucidez y seducción. Se precisan de esas que, al menos mientras dure, les develen a los escépticos que nada es más grande que la entrega de dos, que el amor no solo existe, sino que solo él lo vale todo.
Haz, Sherezada, en tu propio nombre, que tu intuición de mujer vencedora y justiciera convoque a otras a conquistar las almas de los que piensan, a falta de no haberlas conocido, que el banquete de la vida es posible sin la confianza en otro ser y la fusión de dos, definitiva.


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Jesus S dijo:
1
19 de febrero de 2018
08:50:11
Madi dijo:
2
19 de febrero de 2018
11:17:48
Francisco dijo:
3
19 de febrero de 2018
15:09:11
dairon peá savigne dijo:
4
20 de febrero de 2018
11:56:33
Daniela dijo:
5
20 de febrero de 2018
17:25:54
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