Diciembre nos pone a pensar y hay palabras que se entronizan. Palabras que nombran actitudes que protagonizamos o desechamos, pero nos conciernen. Están en nuestros días y de lo que hacemos frente a ellas depende en gran medida que nuestro paso por la vida, inventariado siempre en esta fecha, esté abonado por la buena estrella.
Pero no vienen solas: se amoldan en preguntas y conclusiones, ocupando la más importante carga de significado dentro de la idea, bien para indagar en los planes futuros, bien para dar fe de cuánto hemos hecho en torno suyo o cómo será el modo en que para el próximo año las vamos a encarar.
Apuesto por el vaso medio lleno, por mirar el camino recorrido en lugar del tramo que falta, por desyerbar la huerta –que solo se logra escardando– para que la siembra respire bajo el sol. Con esos afanes construyo mi tiempo, que se vale de esas voces, las inevitables.
Empiezo por la confianza, la que camina por la cuerda floja, la que todo el tiempo arriesga, pero indispensable en cada proyecto personal o social, en cada relación humana valedera, en todo lo que debe ensanchar sus dimensiones. Y reparo en este diciembre que sin ella no es posible progreso alguno. Que es preciso construirla y conservarla.
Pienso en la amenaza, que busca ensombrecer los sueños humanos, pero ante el susto de su imperio, me detengo para ver qué provecho le saco a la trampa. De algo nos sirve. Descubrirlo nos toca. Ella gusta de burlar todo cambio, al que nos resistimos muchas veces, pero habrá que vencerla.
Aparecen otras como la unidad, el equipo, el compromiso. Todas con naturaleza propia, pero entrelazadas entre sí. El compromiso individual, en materia de fines sociales, tributa a uno mayor, el colectivo, dígase una familia, una empresa, un país.
Y no fragua si quienes procuran emprenderlo halan a solas por su parte, poseídos por un individualismo tullido, que demerita la potencia del grupo.
Del escrutinio al que me expongo no escapa el equilibrio, de ineludible escala en los designios personales –y plurales–, el que congrega en lugar de excluir, porque de todos, si hay resortes motivacionales, siempre hay algo que tomar. Me arriesgo y desafío el desaliento, el rapapolvo inmerecido y el error, que es parte ineludible de la victoria; y apuesto por el callejón con salidas, por la sonrisa que destruye los dobleces, por la admisión del desliz.
Después –porque son muchas y todas quieren ser evaluadas– doy mi voto a la locura, sin olvidar que tantas hazañas nobles de las letras y la historia parecieron y fueron épicos desatinos; a la locura, que no equivale a la irresponsabilidad ni al libertinaje, sino a la disposición de emprender rumbos que pueden resultar difíciles de transitar, pero que otros han sobrevolado a fuerza del arrojo.
Un puesto especial reservo al instinto, ese ejercicio espontáneo que no aprendió a mentir, y que sirve como termómetro de todo vínculo humano. El que nos recuerda que los reflejos se someten a razones profundas y son, en extremo, virtuosas, por lo que hay que prestarles mucha atención.
El trabajo, ese que puede atribularnos y a la vez extrañamos si estamos de reposo, merece un permanente examen. Pensarlo bien, hacerlo nuestro cómplice, conseguir que nos deleite la obra y que el resultado remunere a los demás, tiene que ser un estilo de vida, si se quiere vivir en armonía, puesto que la entrega cotidiana es uno de los modos de conseguir el bienestar.
Van quedando pocas, no porque escaseen, sino porque no hay que abusar del lector, que habrá hecho su propio inventario y en él colocará las de su preferencia. Pero quiero salvar de la lista que se me queda, la ofensa y el desdén. Ojalá sepamos responder con elegancia, sin vestir la talla del agresor –optando por el diálogo, tantas veces desestimado– cuando se nos desacredite.
No dejo fuera el valor, preciso cuando a sabiendas de que no seremos aceptados por tener un modo particular de pensar, o un ideal que defender, debamos exponer nuestro criterio. Ni excluyo la ternura, a veces desestimada, y capaz de suavizar las más recias fibras, cuando acompaña los buenos argumentos. Por último, celebro que el éxito personal y profesional fluya, y salpique a aquellos para quienes se vive, sin solemnidades superfluas. El favor será mejor visto y más apetecible.
De constantes revisiones deben ser los comportamientos, cuyos análisis marcan tendencias. Ellos cobran forma en los minutos, las horas y los días. Pero como en todo, hay que hacer un alto, que tiene lugar en diciembre, el que nos evalúa, el que nos pide cuentas.


COMENTAR
Antonio J. Martínez Fuetes dijo:
1
29 de diciembre de 2017
18:24:11
Edel Esteban Correa Mijares dijo:
2
30 de diciembre de 2017
01:06:21
OrlandoB dijo:
3
30 de diciembre de 2017
12:48:13
carlos dijo:
4
3 de enero de 2018
13:10:41
Azulita Sky dijo:
5
4 de enero de 2018
11:15:29
ntq dijo:
6
4 de enero de 2018
16:29:43
armando dijo:
7
15 de enero de 2018
14:03:26
Responder comentario