Aquello se llamaba El Paraíso y era un campamento medio destruido al que se llegaba atravesando un terraplén infinito que, con la lluvia, se volvía fango y casi no dejaba caminar.
Era el 15 de septiembre del 90, y había más o menos 100 muchachos que habían pasado el día guataqueando los terrenos contiguos al campamento, o dándoles mandarria o pintura a las paredes, o amarrando las matas de plátano con precinta, que ahora, sobre las seis de la tarde, se relajaban.
Zenén, por ejemplo, estaba sin camisa en un terreno que habían acotejado días antes…
–Porque empezamos a hacer un terreno de voleibol también. Con soga, hicimos la net. Y yo estaba jugando.
«Pero era una barraca aquello allí. Y la gente decía: ¿el Paraíso?, ¡esto lo que es un infierno!».
Zenén tenía 35 años y venía de la Sepmi (Sociedad Patriótico-Militar), una entidad subordinada a la UJC que se encargaba de los prerreclutas: les proporcionaba diversos cursos para formarlos como cocineros, choferes, deportistas…
–Lo que pasa es que en aquel momento la gente se estaba yendo de la agricultura. Las empresas no tenían fuerza de trabajo. Y parece que Fidel le hizo un llamado a la Juventud para incorporar jóvenes al campo. Entonces, por la Sepmi, me mandaron a mí.
El Paraíso era un grupo de naves que habían sido almacenes de la Empresa de Cultivos Varios de Güines. Los convocados debían convertirlo en albergues para el trabajo en el campo.
–La gente nuestra hizo un campo de tiro, un zoológico… Nosotros le llamábamos zoológico. Era una jaula grande con un guanajo y una cotorra, ja, ja.
«Después se hizo un malecón seco, y se hizo el Mosquito Picante, que era a donde íbamos a bailar y eso, tipo clubcito sabroso».
Por las noches, el Mosquito Picante.
Por las mañanas, a partir de las cinco, las plantaciones.
–Me acuerdo que las yucas había que sacarlas con una tranca grande, uno por un lado y otro por el otro: ¡uno, dos, tres!, y sacábamos las yuconas así. Después apilarlas, y cargar los camiones. ¡Pero nadie sabía na’ de aquello! Te decían: la tarea es esta, ¡y métele! El guajiro te explicaba, y ya uno iba aprendiendo.
«A las 11 íbamos a almorzar, y a la una de nuevo pa’l campo hasta las cinco de la tarde. Entonces uno llegaba al campamento y se ponía a pintar, a arreglar aquello… Y por las noches había chequeo de emulación. Se analizaba todo, y al que ganara: dos botellas de ron. Y uno, ¡pero espérate! ¡Esto hay que ripiarlo en el Mosquito Picante! Ja, ja. ¡Y pa’ allá to’l mundo!».
El 15 de septiembre, sin embargo, Zenén estaba jugando voleibol.
–Pero tú sabes que eso es una bulla. Los vecinos y to’l mundo: ¡el Comandante! Nosotros soltamos la pelota y fuimos pa’ donde estaban los jeeps. Yo andaba sin camisa, y me quedé así mismo sin camisa, porque dije: si voy pa’l campamento, pierdo el lugar.
Se reunieron. Fidel habló sobre la Unión Soviética, sobre la situación del combustible, sobre unas bicicletas que habían comprado…
–Una de las cosas que dijo fue que iban a mandar unos garbanzos y unas cebollas y no sé qué pa’ la alimentación de nosotros. Dijo: no tenemos mucho, pero le vamos a quitar un poquito al Contingente Blas Roca.
«Y bueno, al otro día por la mañana, se apareció un camión…».
Fidel recorrió todo El Paraíso. Dice Zenén que llegó a la cocina y destapó los calderos, curioseando.
–Y Carmenate, que era el cocinero, siempre daba bateo cuando se le colaban en la cocina. Decía: no, no, no, no me pasen pa’ acá, que me van a enfangar esto. Y cuando vino el jefe, que se coló, él no protestó. Fidel miró todo, y Carmenate serio…
El comedor era una mesa larga de placa con asientos empotrados, al aire libre.
–Y Fidel dijo: bueno, si me invitan, yo como con ustedes.
«Te puedes imaginar si todo el mundo se sorprendió, que mira la cara de alegría que teníamos todos ahí (me muestra unas fotos). Había arroz amarillo, sopa, fufú, y una lata de sardinas que tenía que dar como diez raciones. Entonces él se sentó sin mucho jelengue, y comió con nosotros. Y no paraba de conversar: ¿cuántas hectáreas tiene esto? ¿Cuánto tiene lo otro? ¿El boniato, el plátano?».
Fidel caminó las áreas deportivas. Y puso su firma junto a las firmas de los muchachos en una pared en el Mosquito Picante.
De noche, antes de irse, se tomaron una foto de grupo.
–Fidel era un muchacho. Su visita sorprendió a todo el mundo. Nos dijo que esa era la Sierra que nos tocaba a nosotros, y eso nos estimuló mucho.
«Entonces, en la pared del comedor, teníamos pintado un almanaque donde se iban marcando los 21 días que había que estar allí, desde que arrancamos. Y cuando se fue el jefe pintamos el rombito con los laureles, pa’ marcar el día.
«No sé, hace tiempo de eso, pero el rombo y la firma seguro todavía están allí».


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Ariel Núñez Morera dijo:
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6 de diciembre de 2017
13:38:19
Daniel dijo:
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Manolo dijo:
3
6 de diciembre de 2017
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Telmo Ledo dijo:
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amador hdez. hdez. dijo:
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20 de diciembre de 2017
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