Algunos dicen con orgullo «cumplimos todas las metas», y agregan datos estadísticos para confirmarlo. A veces, hasta escuchan el sonido, real o imaginario, de los aplausos, retocan la corbata inexistente y sonríen con satisfacción.
Resulta muy favorable la existencia de planes productivos, siempre que se correspondan con las potencialidades de los colectivos, pero en ocasiones no basta con alcanzarlos.
Las metas más favorables, las más luminosas, son esforzarse siempre al máximo y tratar de ser lo mejor posible en todos los aspectos, lo cual jamás debe significar competencias con otros.
Uno debe aspirar a la superación infinita, como trabajador y ser humano, consciente de la importancia de hacer y aportar, según los máximos de energía y capacidades.
Recuerdo la etapa en la universidad, cuando no importaba si convalidaban un examen sobre una materia determinada, pues uno estudiaba esa asignatura u otra, leía un libro o escribía hasta tarde, seguro de que lo más importante era aprender, aunque ya tuviera la máxima puntuación asegurada.
Garabateábamos ideas sobre papel o el aire, sentados en una escalera, un banco… o caminando por los pasillos de la casa de altos estudios. Nos sumergíamos en proyectos y sonreíamos con el entusiasmo de sentirnos útiles.
Hace poco una joven, muy bella por cierto, me aseguró: «lo que más admiro en una persona es su inteligencia», y sonreí.
«Yo valoro más el esfuerzo y el deseo de ayudar, sin importar las circunstancias», le respondí, y quedó en silencio.
Más allá de la preparación en escuelas, muchos aprenden con facilidad, simplemente porque nacieron con esa posibilidad. Resulta muy lamentable que algunos de ellos no sean voluntariosos, no apliquen sus conocimientos con esmero… y digan expresiones como: «A mí no me corresponde eso», «no lo hago porque no está entre mis funciones», «a mí no me pagan por cumplir esa tarea...».
¿Qué logramos con permanecer con los brazos cruzados, cuando tenemos la fuerza y la capacidad para aportar a favor de todos?
Siento algo especial hacia quienes expresan «yo voy», «yo lo hago»…, y se esfuerzan por lograrlo con calidad, aunque signifique más horas de labor. Resulta esencial cultivar la belleza, entendida como afán de perfección, bondad y pasión por el trabajo, la historia y el país, como pretensión permanente de contribuir a la excelencia en todo.
Por supuesto que el ejemplo debe comenzar por quienes guían colectivos, grandes o pequeños, pues es difícil que alguien se comporte de la forma sugerida, cuando su jefe no es consecuente con esa forma de pensar. No basta con hablar bonito y llenar papeles de buenas ideas. Ellos deben constituir paradigmas de entrega y dedicación, caballeros a favor de la unidad y los ambientes agradables, sin importar los horarios.
Cada centro laboral ha de constituir un grupo de amigos, una familia unida por el objetivo común de alcanzar éxitos colectivos, por eso es muy importante la comunicación y motivación interna, para aprovechar al máximo las potencialidades de cada quien, siempre con exigencia, señalando los errores y especialmente las maneras de hacerlo bien.
Sería muy favorable que cada ser humano, haga todo lo mejor posible, sin necesidad de mano dura, no por controles (aunque siempre serán favorables) ni por visitas de superiores.
Más allá de logros parciales, los objetivos más luminosos no tienen dimensiones. Los pasos deberán ser siempre firmes en el camino de la superación y las conquistas. Todos juntos y llenos de voluntad siempre llegaremos más lejos.
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olga dijo:
1
26 de octubre de 2017
14:33:58
Yb dijo:
2
26 de octubre de 2017
15:07:34
Revenge dijo:
3
27 de octubre de 2017
02:50:06
Romelia dijo:
4
27 de octubre de 2017
09:31:02
jose osmany dijo:
5
27 de octubre de 2017
11:30:31
mercedes dijo:
6
2 de noviembre de 2017
15:47:39
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