Dos viviendas en buen estado, una en el municipio de San Miguel del Padrón y la otra en Plaza de la Revolución, se venderán por una significativa diferencia de dinero, atendiendo a sus ubicaciones.
Entre compradores-vendedores pervive el regateo, y aflora algún efugio para declarar cifras inferiores a las pactadas en aras de abonar un impuesto menor por la operación. La triquiñuela es también vista cuando son vehículos en compra-venta.
Sin embargo, hoy afrontamos otras acciones de cara al mercado donde se supone que los precios fijos protejan al consumidor. Hablamos de las compras de alimentos que, dado su carácter de imprescindibles para la población, sí han de adquirirse por igual desembolso lo mismo en La Habana, Villa Clara, Santiago de Cuba o en cualquier otro punto de Cuba, por recóndito que sea.
Un cartón de huevos por la libre se comercializa por 33,00 CUP. Después de su búsqueda y captura en mi barrio sanmiguelino, satisfecho por contarme entre los agraciados, le extendí al bodeguero 35,00 CUP, pensando, sanamente, en recibir a la vuelta los dos pesos correspondientes.
Segundos después de abonar el importe, el dependiente asumió la pose de un «chivo con tontera», volteó su rostro hacia otro cliente, inició un diálogo, mientras yo permanecía esperando a que reaccionara. Al ver que estaba «anclado» delante del mostrador, frunció el entrecejo, y tras una mirada desafiante de desprecio, soltó los dos pesos, sin disculparse.
A ese episodio, una semana atrás le había antecedido otro en un mercado de Playa. Una señora mayor pidió su cartón de huevos y un tubo de pasta de dientes de seis CUP. El monto de la compra era de 39,00 cup, y le pidieron 41 por ambos productos. Pudiera pensarse que el dependiente tuvo un lapsus cálami (error mecánico) al sumar, desliz que le sucedería a cualquiera. El clímax de la historia llegó cuando la cliente pagó con 45,00 CUP y el hombre pretendió devolverle solo uno. Sin titubeo, una ferviente reclamación de la interesada cerró el diferendo… aunque tampoco medió la disculpa del «equivocado».
Y quizá sea un «récord» la siguiente movida. El empleado del almacén volteó en la nevera una caja repleta de bolsas con muslos de pollo congelados, cuyos precios estaban signados en el código de barra de las etiquetas.
Una de las personas que aguardaba en el salón de la tienda, tomó uno de esos envoltorios, caminó hacia la caja de pago y, cuál no fue su sorpresa al ver a la cajera depositar sobre una balanza la bolsa para rectificar su peso, pues de seguro «era superior al mostrado en la etiqueta», argumentó la empleada.
Al instante, el potencial comprador dedujo que aquella bolsa fue congelada después de su pesaje inicial, por lo cual se estaba sintiendo estafado al deber honrar un importe mayor por un producto que, una vez fuera del frío, perdería peso. Sin embargo, su protesta no tuvo mayor repercusión a no ser que marcharse del lugar sin su ansiada compra.
Evidentemente, atajar a estos «chivos con tontera» in situ, resguardará nuestros bolsillos, porque la realidad enseña que la frase «protección al consumidor» aparece en algunos lugares como un letrero ignorado en la pared.


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Leonardo Castañeda dijo:
1
21 de junio de 2017
22:47:01
Antonio Vera Blanco dijo:
2
22 de junio de 2017
07:07:16
Nicolás Padrón dijo:
3
22 de junio de 2017
08:35:07
Agustin dijo:
4
22 de junio de 2017
09:30:44
Triple A dijo:
5
22 de junio de 2017
14:11:22
felix dijo:
6
26 de junio de 2017
16:51:49
Carlos dijo:
7
3 de julio de 2017
15:55:30
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