La Segunda Guerra Mundial tocaba a su fin y con él, años de hambre, golpes, torturas, trabajos forzados y muerte para los prisioneros del campo de concentración nazi de Mauthausen, a cargo de tropas de las SS bajo el mando del comandante Zireis.
Sin embargo, quienes esperaban que las penurias de los prisioneros terminara con la llegada del primer contingente de tropas norteamericanas de ocupación y se produjera una sustancial mejora en las condiciones de vida, alimentación y atención médica de la depauperada población del campo se engañaban.
Había escasez de alimentos, medicinas, medios de aseo personal y vestuario, y estaba estrictamente prohibido salir del campo, a menos que se dispusiera del correspondiente salvoconducto. El Comité Internacional de los prisioneros se devanaba los sesos buscando una solución a aquella irracional situación, cuando con el segundo contingente de tropas de ocupación, llegó al campo el cabo José, de origen cubano.
Inmediatamente los internados españoles se pusieron en contacto con el criollo, le confiaron sus tribulaciones y José, como por arte de magia, «resolvió» tantos pases como fueron necesarios. Más adelante surgió el problema del transporte y el cabo «resolvió por la izquierda» dos autos alemanes requisados con su combustible.
Inesperadamente, llegó la noticia de que el comandante Zireis se ocultaba en una casa a unos diez kilómetros del campo. El Comité decidió capturarlo para someterlo a juicio, pero podía estar armado y los prisioneros no tenían con qué enfrentarlo; de modo que acudieron nuevamente a su paño de lágrimas y José los acompañó llevando su Thompson.
Zireis intentó escapar hacia un bosque próximo, pero una ráfaga dirigida a sus piernas puso fin al intento. El comandante fue llevado al que fuera su dominio, donde confesó la mayor parte de sus crímenes, pero murió a causa de las heridas. Cuando el coronel norteamericano Seibl preguntó quién había tirado contra Zireis, el cabo José, sin inmutarse, le explicó que se había visto obligado a hacerlo, porque el alemán no había obedecido su orden de alto.
Dice Mariano Constante, el comunista español que redactó su horrible experiencia en Mauthausen, que nunca llegaron a conocer el apellido del cabo cubano José. Yo tengo uno que le viene a la medida: José Solidario.
*Instituto de Historia de Cuba
Tomado de Mariano Constante: Los años rojos. Españoles en los campos nazis, Ediciones Martínez Roca S.A., Barcelona, 1974.
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ELP dijo:
1
24 de marzo de 2017
10:11:44
Edilberto Hernandez dijo:
2
27 de marzo de 2017
03:08:13
Asley Geronimo Viera dijo:
3
18 de noviembre de 2024
09:19:17
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