La voluntad política muchas veces anda tres o más pasos por delante de la caminata social, siempre más lenta cuando de cambios se trata. Y no es cuestión de creernos que hemos descubierto el agua tibia, porque ya de eso se ha dicho mucho. Pero también sigue pasando mucho.
Nuestros máximos dirigentes nos convocan, nos exhortan, y muchos, especialmente aquellos ubicados en algún escalón intermedio de mando, hacen como si entendieran lo dicho, como si lo asimilaran y lo interiorizaran. Pero parecer, no es ser.
A la corta, terminan vaciando de sentido lo que debió convertirse en premisa de acción, en regla suprema a la cual asirse para avanzar. Las palabras se vuelven huecas, estériles de tanto repetirse de dientes para afuera. Sin calar hondo. Engrosan, desvencijadas, un glosario de consignas.
Si contáramos las veces que hemos escuchado que urge desterrar el secretismo, que es imprescindible el análisis transparente, que no hay peor cerco que el que nos construimos nosotros mismos, ya hubiésemos perdido la cuenta. Y tampoco hubiésemos podido seguirle el curso, por interminable, a esa lista otra sobre los actos, a disímiles niveles, y en todos los sectores de la sociedad, que contradicen esos llamados. Llamados de S.O.S, sobre todo para la construcción de un proyecto social, que como el nuestro, se sabe perfectible, se actualiza sin renunciar a sus esencias, y al que, siendo unánimes y acríticos… no siempre aportamos.
El debate a fondo, a camisa quitada, falta; pero falta, fundamentalmente, de cara a quien debe recibir la producción o el servicio que ofrece la institución, entidad o empresa en cuestión. De estas ausencias, vistas como raíz de los males, se derivan otras, no menos dañinas. Podríamos llamarles, las ramas de los males, que llegan a ser árboles, grandes como los baobabs.
Siguiendo por las ramas, que en este caso no significa ser superficiales, llegamos a uno de esos baobabs, que en algún sitio, ahora mismo, en lugar de árbol podría ser arbusto y bien valdría que se lo comiera una oveja.
Existen, por fortuna, aquellos directivos que no niegan el debate franco, el examen exhaustivo, se involucran, reconocen ante todos los problemas, buscan soluciones en colectivo, y progresan. Aquí, obviamente, no crecen baobabs.
Crecen, y son bosques enteros, allí donde los jefes evaden cualquier pronunciamiento crítico, no importa si es constructivo; o donde, si bien no huyen de los cuestionamientos, prefieren mantenerlos bajo su custodia, en «secreto».
Desde su filosofía, es mejor guardar la basura debajo de la alfombra, en especial si hay visita, y más aún si esa visita es la prensa. Y es cosa muy seria (grave), para quien lo hace, reconocer determinada falencia que, como parte de la mugre, debió quedar bien escondida.
Aunque la idea no es listar lugares y sí motivar a una reflexión colectiva, los ejemplos no son aislados.
Todavía no olvidamos a aquella trabajadora de un círculo infantil que fue cuestionada por compartir con nuestro diario problemáticas del centro; o aquel dependiente de un establecimiento de comercio que luego de reconocer irregularidades en la llegada de los uniformes, recibió señalamientos; y más reciente, lo sucedido con una funcionaria de un bufete con la cual, tras identificar insuficiencias en el trabajo en las provincias, se han generado disímiles tensiones.
No existen evidencias concretas que permitan asegurar que las declaraciones a la prensa constituyan las razones de las «represalias»; pero tampoco argumentos sólidos que lo contradigan. Al indagar, las respuestas siempre apuntan a un malentendido o a la casualidad. Pero me inclino por la causalidad.
Ante estas conductas perdemos todos.
Pierde, en primerísimo lugar, el pueblo, por no contar con instituciones capaces de transparentar lo que las lastra. Resolver algo, implica reconocer ese algo y asumirlo.
Pierden también las entidades, porque son cada vez menos quienes conservan las ganas de decir y hacer, de proponer.
Y pierde, por supuesto, la prensa, que cada día encuentra fuentes más reticentes, temerosas; lidia con entrevistados cada vez más pendientes de fungir como censores que de asumir sus responsabilidades; carga con los reclamos de una agenda pública distante de la mediática; y camina por la cuerda floja de la credibilidad.
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Osquel dijo:
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10 de febrero de 2017
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