Han pasado ya 164 años, desde que abriera sus ojos al mundo el más universal de los cubanos. Numéricamente hablando no es mucho lo que aporta esa cifra, pero desde el punto de vista temporal, representa que durante más de un siglo, lo más excelso del pensamiento político cubano ha sido influenciado por un modelo que se negó a permanecer estático en las fronteras de su época, y siguió su andar de la mano de la historia de Cuba.
Martí fue un hijo de su tiempo, sí. Uno que supo hacer en el momento justo lo que dictaba su conciencia revolucionaria, pero devino sin proponérselo en un profeta inequívoco de los tiempos que le sucedieron. Edificó con su obra verbal y escrita, con su existencia misma, los principios elementales que debían regir un proceso independentista radical en la Isla, donde los humildes dejaran de ser la mancillada consecuencia de desigualdades sociales, para convertirse en el fin de una nueva sociedad.
No se necesitan páginas enteras para demostrar la pervivencia del ideario martiano, baste decir Fidel, y habremos resumido la prueba esencial de la presencia del Apóstol. El propio Comandante en Jefe lo describió así:
«En mi época de niño me enviaron para una ciudad, en el primer colegio adonde me llevaron interno, leía con asombro sobre el Diluvio Universal y el Arca de Noé, más adelante centré mi interés en Martí. A él le debo en realidad mis sentimientos patrióticos y el concepto profundo de que Patria es humanidad. La audacia, la belleza, el valor y la ética de su pensamiento me ayudaron a convertirme en lo que creo que soy: un revolucionario».
Sin embargo, el éxito de la Generación del Centenario radicó precisamente en rescatar el legado del Maestro y llevarlo a un nuevo contexto, donde las condiciones objetivas que motivaban la lucha podrían ser otras, pero la esencia era la misma, romper las cadenas de un imperio para emprender el ansiado camino de la libertad.
Lo cierto es que, más allá de reconocer la trascendencia de interpretaciones adelantadas a su tiempo, de críticas mordaces a sistemas desiguales e intereses expansionistas, o de descubrir los claros senderos trazados por el Héroe Nacional para la unidad latinoamericana ante un poderoso vecino, los retos de los tiempos actuales para mantenerlo vivo son mucho más complejos e indispensables, sobre todo porque ya sabemos lo que es independencia, porque ya conocemos el sabor de una sociedad que beneficia a todos.
En los tiempos actuales, Martí tiene que ser más que un cuaderno, una colección de obras completas o el aprendizaje mecánico de versos sencillos. Es necesario sentirlo, apropiarse de él. Tenemos que traerlo a nuestro tiempo, traducirlo al lenguaje de la contemporaneidad, porque es innegable la necesidad creciente que tenemos de él.
Nunca como hoy se vieron tan amenazadas las conquistas de nuestra región. La inestabilidad política, los golpes neoliberales a la economía de los pueblos, y sobre todo, los intentos por hacer sucumbir la ideología y la identidad de las naciones son asuntos cotidianos. ¿Cómo no volver entonces una y otra vez a quienes ya habían predicho tales acontecimientos? No podemos darnos el lujo de dejar atrás al primer cubano que afirmó haber conocido las entrañas del monstruo.
Aunque esté contenido en los programas educacionales, aunque existan instituciones y movimientos que dediquen incontables esfuerzos a ello, el estudio consciente de la obra de Martí, la aprehensión de los principios bajo los que rigió su propia existencia, necesita de una voluntad cada vez más individualizada, de una intención personal de beber de esa fuente inagotable que fue su pensamiento.
Lamentablemente, la era moderna viene acompañada de un brutal proceso de enajenación que corroe sobre todo la memoria histórica, y el compromiso de las nuevas generaciones con los problemas más acuciantes de la humanidad. Decía recientemente el doctor Eduardo Torres Cuevas, en el 7mo. pleno ampliado de la Unión de Periodistas de Cuba, que «se está jugando con la no memoria de una generación». En otras palabras, la única conexión con el pasado que tiene todo ser humano al nacer, es la que recibe desde las visiones de los que han vivido más; provocar el olvido de esas visiones, significa romper tan indispensable conexión.
No podemos dejar que eso suceda con Martí. Si no murió en el año de su centenario, tampoco podemos permitir que lo haga ahora, pero revivirlo cada día no es tarea fácil.
Los casi 60 años de socialismo en nuestro país, han corroborado la máxima martiana, al suscribir el Manifiesto de Montecristi, de que: «La guerra de independencia de Cuba (…) es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo».
Efectivamente, hemos sido un pilar invaluable sobre el que se han sostenido ideales progresistas y de justicia social. A pesar de nuestra reducida extensión geográfica, pesamos en la balanza de la buena voluntad contra el poder ilimitado y cruel que aplasta a la humanidad pero, nada de eso, habría sido posible sin un Martí y por consiguiente, sin el hombre que hizo realidad sus sueños.
Valoremos entonces el verdadero alcance de este aniversario, de estos 164 años de trascendencia para uno de los más ilustres hijos de América. Si lo hacemos desde una perspectiva revolucionaria, desde visiones despojadas de tradicionalismos, veremos al Apóstol en estado puro; amarlo sinceramente, es solo el proceso lógico que experimentan quienes asumen tan imprescindible ejercicio.
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ricardo gual hernández dijo:
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27 de enero de 2017
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Julio dijo:
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Abel dijo:
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Yoranis dijo:
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mariu carrera dijo:
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Jorge Romero dijo:
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Verena de la Caridad García García dijo:
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Harolito dijo:
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Yordanis dijo:
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