«La liberación del hombre es posible mediante el conocimiento».
Pierre Bourdieu
Verticalismo e intromisión son palabras que algunos practicantes de teorías utilizan para satanizar la lógica preocupación de la política cultural cubana, y de sus instituciones, en aras de ir conformando un receptor lo suficientemente preparado para analizar las influencias nocivas emanadas de la llamada Industria cultural del entretenimiento, esa de mano tan larga que es capaz de llegar a cualquier rincón del planeta con sus propósitos de dominio y estandarización.
Cualquier país que se respete vela por fortalecer principios decisivos de su integridad, como los de cultura, historia y nación. La diferencia radica en los mecanismos que se empleen para evitar que la banalidad y el mercado terminen por vencer, y el arte verdadero se convierta en clandestino.
En nuestro caso la propuesta está clara: solo la superación cultural y el conocimiento nos hará plantar pies firmes frente a la ola de mediocridad cultural que amenaza con tragarse al mundo.
Pensadores de las más diversas tendencias vienen llamando la atención desde hace rato acerca de la muerte agónica del arte para darle paso a lo que se denomina la industria del espectáculo y, a la par de ella, el dominio cultural e ideológico de los grandes monopolios de la información y el entretenimiento, verdad como un templo que algunos teóricos rebaten desde el concepto de que «las nuevas tecnologías» lo cambian todo y dan paso a un nuevo tipo de receptor, distanciado de principios ideológicos y suscrito a un flujo de productos y posibilidades de interacción que «lo liberan de viejas ataduras».
Valederos cambios tecnológicos en beneficio de la humanidad, cierto, pero hay esencias de dominación hegemónica que no solo se mantienen imperdurables, sino que se magnifican y siguen engatusando, incluidos esos teóricos defensores del «todo vale» y del «dejar hacer», a partir del concepto de que la sociedad posmoderna, opositora del racionalismo, así lo dispone.
Dudosa actitud la de ser posmodernos y defensores de los aportes artísticos y del pensamiento contemporáneo impulsados por ese movimiento, sin echar por el vertedero (o al menos poner en tela de juicio) los modos manipuladores de un millonario imperio cultural e ideológico que, envueltos en alegres y seductores disfraces, siguen campeando.
Pronto se cumplirán 15 años de la muerte del sociólogo francés Pierre Bourdieu, crítico sagaz contra las diferentes manifestaciones del neoliberalismo y creador de una escuela sociológica moderna considerada por sus discípulos como de verdadera «revolución simbólica», análoga a la de otras disciplinas como la Filosofía, la Siquiatría, la Música y la Pintura.
A Bordieu, fallecido a los 71 años de edad cuando era uno de los principales líderes intelectuales en el enfrentamiento a lo que prefirió denominar «mundialización liberal», sus enemigos trataron de vilipendiarlo llamándolo «marxista vulgar».
No fue marxista en un sentido absoluto, pero es innegable que en su vasta obra se encuentran asociaciones de conceptos que hacen pensar en un ejecutor de la dialéctica de Marx, asumida acorde con nuestros tiempos: «Es necesario ofrecer sólidas bases teóricas a aquellos que tratan de comprender y cambiar el mundo contemporáneo», afirmaba, cuando enfermo de cáncer dedicó sus últimas energías a combatir el neoliberalismo en todas su formas, en especial el proveniente de los medios de información y de la industria del entretenimiento.
En 1999, Bourdieu se reunió con importantes representantes de las grandes productoras mundiales del cine y de la televisión y les preguntó si sabían realmente lo que hacían, y las consecuencias culturales que estaban ocasionando con sus propósitos comerciales. Sin pelos en la lengua les dijo que contrario al feliz concepto de universalizar la cultura, la llamada «mundialización» asumida por ellos no era más que una vulgar sumisión a las leyes del mercado («Los productos kitsch de la mundialización comercial, lo mismo el jean que la Coca Cola, o los filmes banales, nada tienen que ver con el concepto de cultura internacional»).
Célebre reunión aquella —de la cual dimos cuenta en estas mismas páginas— en la que Bourdieu aclaró que era un error mayúsculo tratar de relacionar el problema, «como a menudo se hace» tal si fuera un enfrentamiento entre la mundialización, representada por el poder económico, amparado en conceptos de progreso y modernidad, y un nacionalismo atado a formas arcaicas de la conservación de la soberanía.
«En realidad se trata —dijo mirando a la cara de sus interlocutores— de una lucha entre una potencia comercial, interesada en extender al universo los intereses particulares y comerciales de aquellos que la dominan, y una resistencia cultural, fundada en la defensa de unas obras que han dejado de ser patrimonio de diversas nacionalidades para convertirse en valores de la humanidad».
El panorama descrito por Pierre Bourdieu, y denunciado por otros, ha continuado dimensionándose y solo la participación civilizadora de muchos impedirá que el más abaratado consumo termine por ocupar un lugar preponderante en nuestras vidas.
El reto de cómo lograrlo está planteado y la convocatoria para sumar medidas inteligentes de enfrentamientos, sin absurdas prohibiciones —claro está— ha de ser tan abarcadora que solo quedarían fuera las infértiles argucias del conformismo.
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gordon blue dijo:
1
27 de septiembre de 2016
23:54:49
reanto peña dijo:
2
28 de septiembre de 2016
07:35:16
OrlandoB dijo:
3
29 de septiembre de 2016
04:43:12
López OLIVA, Manuel dijo:
4
29 de septiembre de 2016
08:00:35
yuliet dijo:
5
29 de septiembre de 2016
09:50:42
er incurto dijo:
6
29 de septiembre de 2016
11:44:00
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