Con frecuencia oímos decir que la vida es una sola. La frase asoma a los labios cuando en son de advertencia es preciso sacudir de los hombros del otro, cierta pereza para disfrutar lo que en bandeja de plata se le ofrece, o lo que debe disponerse a encontrar. También, cuando aludiendo a sí mismo, quien la emite defiende alguna actitud que para algunos podría ser reprochable.
Y es cierto, más allá de miradas filosóficas que hablan de la vida eterna o asumen como posible la llamada reencarnación, la vida, de la que habla la mayoría, es la terrenal, la finita, la que surge como un milagro y puede acabar repentinamente por obra y gracia de la realidad.
Sin embargo, acogiéndose a la recia sentencia, para muchos vivir la única vida que tenemos, es adentrarse en libertades muchas veces descabelladas, en desidias que más allá de la diversión pueden concluir en descalabros irremediables a causa de la irresponsabilidad y el desparpajo.
El prodigio de existir y la posesión de esta gracia única constituyen verdaderas fortunas. Derrochar alegrías, estados de ánimo triunfales, sentimientos plenos de bienestar, resulta muy saludable y aunque no es posible sostener linealmente la estera de los buenos momentos hacer que prevalezcan es un formidable ejercicio de inteligencia espiritual que cuaja el alma para enfrentar los reveses con los que también hay que cargar.
Acogerse a ciertos códigos que apuestan por vivir de la mejor forma posible es reconfortante. Advertido nos tiene el poeta de que es preciso que la vida nos «jorobe solo lo estrictamente necesario» y sobre todo que no nos quite las ganas de darle, cuando sea preciso, «un pellizco, una mordida o una nalgada». Pero aún para estas buenas andanzas hay límites.
Que la vida sea una sola no es barra abierta para que el comportamiento pierda los estribos y se enarbolen debacles experimentando o pretendiendo mostrar, que se tiene el sartén del deleite cogido por el mango. Vi en una funeraria a la persona que recogía los datos del fallecido hacerse acompañar de un radio que dejaba escuchar un movido ritmo, al tiempo que hacía su trabajo. Como he visto a personas que deben, por tratarse de su puesto laboral, permanecer en recepciones durante muchas horas y contarse villas y castillas de un lado a otro, aunque el visitante de ocasión pueda después hacer un expediente sobre ellas que no le incumbe.
Que sea una sola no significa desandar bajo los efectos de la irresponsabilidad cuanto rumbo se nos dispone. Si así fuera, las caprichosas malas coincidencias que alguna vez nos tocan tendrían fácil solución, y en lugar de asumir, por ejemplo, los cuidados irreemplazables de un familiar enfermo, este podría esperar tranquilamente porque «total, la vida es una sola y no puedo perder mi tiempo de esa forma».
No significa que si el trabajo es tratar con el público y ese día el mundo interior no anda bien, el más gustoso de los escapes sea desatender al que llega, o maltratarlo con palabras o silencios. No puede significar que la fiesta particular se extienda «con estruendo» en el espacio donde es preciso ser sobrios porque el entorno lo exige. O convertirlo en un confesionario a viva voz que tanto deja que desear a los asiduos, que sin quererlo quedan como testigos.
No tenemos el derecho a pasar por arriba de los otros —asumiendo con resolución que solo se vive una vez— para colocar sobre las espaldas ajenas nuestro provecho personal, ni a transgredir normas y éticas del trabajo que se nos ha confiado, en aras de mejorar y darle a nuestra existencia una cuota de beneficio que la haga más deleitable. Para eso no nos sirve pensar, si pensamos bien, que la vida es una sola.
Transitar por ella plenos de dicha es mucho más que cargarla de noticias rimbombantes que llenen el saco de placeres. Es saber aprovechar al máximo las mejores experiencias, y no dejar de sentir el triunfo propio ni siquiera en las malas, porque una fuerza interior nos levantará para recibir las buenas nuevas.
Hay algo allá adentro capaz de proyectar una alegría auténtica que no entiende de fanfarrias. La que te recuerda con intermitencia que has obrado bien, y que vas por más. Eso se puede alcanzar en esta única vida terrenal que tenemos sin que por ello renunciemos a las naturales tentaciones a las que el buen vivir invita.
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primitivoj. gonzalez silva dijo:
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23 de septiembre de 2016
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jesus dijo:
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23 de septiembre de 2016
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María del Carmen dijo:
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23 de septiembre de 2016
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Oreste dijo:
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Belkis dijo:
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Antonio Respondió:
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Roque dijo:
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francisco dijo:
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23 de septiembre de 2016
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mebelle dijo:
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23 de septiembre de 2016
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Antonio J. Martínez Fuentes dijo:
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titafora dijo:
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Rafael dijo:
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Jorge Ignacio dijo:
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Ana maria dijo:
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6 de octubre de 2016
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Armando Monnar dijo:
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8 de octubre de 2016
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ja dijo:
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17 de octubre de 2016
12:54:40
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