
Así que aquella vez, en el concierto de Gerardo Alfonso, Adrián nos abrazó y nos dijo a todos que un día ya no estaríamos juntos; que la vida acabaría separándonos. Y fue verdad.
Aquella vez, recuerdo, nos abrazamos, y juramos todos que eso jamás, que aquella amistad nuestra sería eterna; duradera al menos. Que la vida era fuerte, pero nunca más fuerte que nosotros. Ni la distancia, las nuevas amistades, los nuevos intereses, la madurez. Y que las circunstancias, aquellas que supusieran desgastes en nuestra juntera, serían bultos grandes, franqueables, en el medio del camino. Pero que uno del otro sería la vara resistente que ayudara a saltar.
Éramos cuatro. Cuatro guitarras locas sonando alto en el muro del malecón. Cuatro chiquillos torpes tratando de cambiarlo todo: el arte, el mundo, la política. Cuatro ingenuos sentados siempre al lado del teléfono esperando el momento en que sonara y, del otro lado, apareciera alguna de las otras tres voces con propuestas de fiestas, con proyectos que jamás cimentamos, con historias para escuchar.
Y los amaba intenso. Era hermoso saberse acompañado, o, por lo menos, un poco menos solo. Disfrutaba profundo nuestras reuniones, los encontronazos; y sentir que de algo servían mis matraquillas cerriles sobre cómo lidiar con la familia, con la novia, o la escuela. Y abrazar a alguno cuando yerraba y le dolía adentro; reír al otro lado del abrazo; o llorar.
Mis amigos eran dioses. Lo decía Gerardo con la viola cuando Adrián dijo lo que era inevitable. Yo no quise creerle. Mas la vida, con lentitud, nos fue llevando a todos por senderos distintos. Y el teléfono empezó a sonar cada vez más distante. Empezó a sonar como con voces nuevas. Y aquellas voces nuevas ahora eran las que me hablaban de problemas nuevos, con nuevos argumentos. Sin guitarras. Sin malecón.
También las circunstancias fueron haciéndose masas espesas que un día ya no pudieron franquearse. Y hubo daños, rivales, desazones, que hicieron que los cuatro ya fueran tres; luego dos. Luego uno. Y otra vez dos…
No fue una amistad falsa. Aquello que no es eterno no es, por fuerza, poco sincero. Y esas soledades uno va remendándolas, cubriéndolas; uno las sana. Hasta que las olvida. Hasta que quedan esos amigos que duran, por fin, mil años, que se agradecen. Esos que la vida no separa de uno, que perdonan, que aman, que son buenos. Tus amigos. Esos que ni siquiera necesitan ser varas porque, de tan resistentes, no dejan bultos grandes que saltar.


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Manolo dijo:
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15 de enero de 2016
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Barbara Glez P. dijo:
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15 de enero de 2016
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Carlos de New York City dijo:
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15 de enero de 2016
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Orlando dijo:
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Gabriel dijo:
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15 de enero de 2016
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marlene rodríguez sánchez Respondió:
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la cienfueguera dijo:
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15 de enero de 2016
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yudianis dijo:
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15 de enero de 2016
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claudio dijo:
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Aymelis dijo:
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La Oruga dijo:
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Raltus. dijo:
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maria elena. dijo:
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Manolo dijo:
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alina quevedo dijo:
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Isis dijo:
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chemistcharlie dijo:
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pbruzon dijo:
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Andreslpz dijo:
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20 de enero de 2016
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Y Izquierdo dijo:
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21 de enero de 2016
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