
Cuando me preguntaron mi escritor preferido dije sin titubear: José Martí. Hubiera dado la misma respuesta ante la palabra mártir, o persona, pero me preguntaron escritor. Y hubo un silencio. Observé unos segundos a la cara de mi interlocutor: ¿Te parece raro? Dijo que no, sin embargo su cara decía palabras duras como: mientes; inadmisible; absurdo. Más silencio. Me acodé sobre la mesa y descansé en la mano la barbilla. Luego dijo: Perdona, ¿estás seguro? Me levanté y me fui.
Ahora lo pienso, pasado el tiempo, y me parece cómico. Pero es en realidad inadmisible. Eso es lo inadmisible. Que haya gente, aún, entrada en años, cuya experiencia grande no admita a un Martí joven, redivivo, para hoy. ¿Dónde está?, preguntan ellos. ¿Peleando gallos? ¿Escribiendo grafitis? ¿Gritando obscenidades a viva voz?
Pues no. No está, les digo. No ahí. Y esa es la base del problema. Parece ser que han hecho, envueltos en el afán por preservarlo, un Martí distinto a ojos de los jóvenes. Lo han hecho ellos. Mis interlocutores. Un Martí viejo, enmohecido, obsoleto. Un Martí dueño de un discurso que a muchos jóvenes no les funciona. O no comprenden. Y ese es el problema. Hay que hacer de Martí también el hombre que hable palabras de hoy. Hay que limpiarlo del mal de la repetición vacía que trae rechazo, “guerrilla semiológica” —dijera Umberto Eco—. Hay que traerlo, ponerlo poco a poco en las conciencias de los “desconcienciados”, contagiarlo. Sacarlo de lo que parece antiguo.
Hay que amar al Martí de piedra, o yeso, que está empotrado junto a cada asta de cada escuela, y al Martí que observa, que nos observa a todos y nos guía desde la Plaza. Cierto. Y sin embargo, hay que ver en Martí al hombre que sufre, al padre con el brazo lleno de niño, al hombre tembloroso. Como tú, como yo. Al hombre que extraña a la madre lejos y le escribe cartas; que se levanta, se mete en la ropa, bebe café para empezar el día. Al que ama a una mujer, la que conoce el arte de hacer del universo un beso. Al que ama a Cuba. Y hace. Y se desdobla. Y hay que ver al Martí adolescente, rebelde, que está en El ojo del canario. Pero hay que ver en él, también, al obrero (pensar es un trabajo) que suda, que acumula cansancio, llega a casa, come, se baña luego, aunque hasta en el baño esté leyendo un libro. Y hay que imitarle.
Entonces, solo entonces, ese Martí sensible estará inmerso, más, en el pensamiento joven; en el ser bravo, robusto, cubano, que pasa en busca de pan y de gloria al devenir cotidiano donde nace.


COMENTAR
Kgbramirez dijo:
1
9 de octubre de 2015
08:00:16
Manuel dijo:
2
10 de octubre de 2015
10:02:29
Antonio dijo:
3
10 de octubre de 2015
13:51:01
Sandra Perez Denis dijo:
4
12 de octubre de 2015
13:54:53
Virginia dijo:
5
14 de octubre de 2015
16:34:02
francisco dijo:
6
15 de octubre de 2015
11:07:52
Frank dijo:
7
15 de octubre de 2015
12:13:08
Raubel dijo:
8
19 de octubre de 2015
16:11:39
hgdhhm dijo:
9
21 de octubre de 2015
19:46:32
Raltus. dijo:
10
30 de octubre de 2015
13:36:29
Raydel Zamora Reyes dijo:
11
4 de noviembre de 2015
15:43:13
Responder comentario