La rehabilitación del monumento a Mariana Grajales y de sus áreas circundantes en el corazón de El Vedado, culminada en vísperas del bicentenario del nacimiento de la madre mambisa, devuelve a las cubanas y los cubanos la vitalidad de un símbolo que no solo debemos preservar sino multi-
plicar.
Quien observe con detenimiento la imagen de la heroína junto a uno de sus vástagos y su ofrenda al altar de la Patria, no podrá sustraerse al influjo de un gesto épico que ha echado raíces en la memoria de la nación.
Ella, como afirmó Eusebio Leal en la solemne ceremonia la mañana del sábado en que fue reinaugurada la plaza, fue quien educó a sus hijos —en primera fila el inmenso Antonio y el intrépido José— en los valores de la entrega, el sacrificio, la honestidad, la decencia, el decoro y el amor a la libertad, principios de una ética familiar que se proyectó en actos.
Una intervención oportuna de restauradores y trabajadores de la Oficina del Historiador de la Ciudad y varias empresas capitalinas hizo posible el renacimiento en términos relativamente breves del parque y el monumento.
Con esa acción se cumplió un reclamo de vecinos y ciudadanos, y particularmente los miembros de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, que en más de una oportunidad canalizaron la necesidad de recuperar ese espacio cargado de significación. Los escritores y artistas agrupados en la Uneac, sobre todo los que participan en las comisiones permanentes de trabajo José Antonio Aponte y Arquitectura y Ciudad, alentaron estos empeños.
Más allá de su contenido material, este sitio es una fortaleza moral, comentó Leal al contemplar la obra. Darle vida propia se presenta, por tanto, como un imperativo para las instituciones y la comunidad de su entorno.
Pienso que tanto en el cuidado del parque y el monumento como en su uso y proyección cotidiana tendrán mucho que ver la sensibilidad y el compromiso de los centros docentes más cercanos —el Saúl Delgado, en primerísimo lugar—, las organizaciones estudiantiles y del barrio, los trabajadores e intelectuales.
De la concertación colectiva habrá que ir a la toma de conciencia individual. Cada uno de nosotros, en este y en todos los lugares sagrados de la Patria, estamos en la obligación de sembrar y obrar con amor. Esa es una de las mejores maneras de sabernos, a la altura de nuestro tiempo, hijos de Mariana.


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