
A veces, disfrazada bajo un comportamiento que ya pasa por cotidiano frente a los ojos de la sociedad, en otras, explícito ejemplo de vulgaridad e irrespeto hacia nuestros conciudadanos; lo cierto es que la falta de educación formal se ha vuelto para muchos otro punto que anotar a la desidia: molesta... ¡pero qué se le va a hacer!
De camino al trabajo o a la escuela, en la cola del agromercado, disfrutando de una película en el cine, e incluso en la sala de espera de un hospital, no pocas veces somos testigos de actitudes y gestos que denotan a todas luces un abandono de normas morales, de respeto mutuo y de convivencia social.
Entrar a una oficina, decir “buenos días” y quedar con la extraña sensación de ser uno el equivocado ante el silencio con que responden los presentes, resulta más común de lo que se cuenta.
Lo mismo, si esperas que alguien le ceda el asiento a una embarazada en la guagua sin tener que reiterar que una barriga de seis meses está siendo objeto de codazos y vaivenes en el ir y subir de cada parada; o que el chofer del taxi se percate de que la música que pone —y prácticamente fuerza a escuchar a los demás pasajeros— sobrepasa los decibeles considerados como aceptables.
Si bien es cierto que la vida cotidiana del cubano es mucho más ajetreada y versátil que años atrás, y que las formas de interactuar y relacionarse han alcanzado otros niveles de expresión, la cortesía y las buenas formas no pueden sucumbir ante la prisa del día a día; ser educado no cuesta trabajo.
La juventud tampoco es una excusa para utilizar un lenguaje grosero y tratar al profesor del aula como al colega del barrio; nunca estarán de moda la chabacanería y la profusión de malas palabras, ni nos hará más populares dentro del grupo de amigos. “Puro”, “tía”, “asere”, no son términos para dirigirse a una persona, y mucho menos si no existe una relación filial o afectiva.
Sin embargo, no sería justo generalizar, ni todos los adolescentes actúan de igual manera, ni se trata de un problema que se limite a un grupo etario. También hay adultos con similares características que se convierten en patrones a imitar para los más pequeños.
El maestro José de la Luz y Caballero aseguraba que la educación comienza en la cuna y termina en la tumba; valores y principios que se aprehenden con el pasar de los años y son como tarjetas de presentación. Desde el simple saludo hasta vestirse de acuerdo con el lugar y el momento, dicen mucho de la cultura de quien lo practica.
Entonces, ¿de qué se trata?, ¿fallas en la educación familiar? ¿Una asignatura pendiente de nuestro sistema de enseñanza? ¿Carencias materiales que se reflejan en el comportamiento social? Las miradas podrían estar dirigidas hacia varias direcciones, pero antes de buscar culpables mejor reflexionemos sobre la base de que educar es un compromiso de todos —hogar, escuela, comunidad—, pero también de uno consigo mismo.
De ahí que el primer paso sería desterrar la pasividad ante lo incoherente. Saber estar y ser cortés con quienes nos rodean no solo significa rechazar actitudes éticamente reprochables, sino también mantener una actitud permanente de respeto.


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Victor dijo:
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19 de marzo de 2015
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fernando lopez dijo:
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Yimy Torres dijo:
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Mirelys Jerez Carrazco dijo:
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20 de marzo de 2015
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Luis B. Pereira R. dijo:
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ACANDA dijo:
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alian dijo:
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Aliena dijo:
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Pedro dijo:
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anibal garcia dijo:
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Luis Leyva Matos dijo:
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cesar cruz portales dijo:
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waldir dijo:
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Livan dijo:
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Rubidelsis dijo:
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Flora Grandal dijo:
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Alberto Felipe Eirin dijo:
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Alberto Anias martínez dijo:
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23 de marzo de 2015
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