Respetar representa un verbo capital que se proyecta como llave maestra hacia todos los sentidos de la vida. A hacerlo se aprende desde la infancia mediante las enseñanzas paternas, las cuales más tarde son refrendadas en la escuela. Pero donde no son prodigadas, jamás serán cosechadas.
Concederle respeto a cuanto habla el interlocutor constituye elemento clave del entendimiento entre los seres humanos. Sin embargo, entre las innumerables malas costumbres entronizadas al paso de estos duros años se encuentra la de desatender a quienes hacen uso de la palabra en reuniones, encuentros de distinto signo o actos públicos.
Algunos de estos últimos foros incluso revisten connotaciones especiales por la trascendencia del momento o del hecho a remarcar o conmemorar, lo cual propende a visibilizar más la errónea actitud de tales receptores.
Resulta especialmente desagradable para el sujeto emisor en el podio apreciar semejante desconexión de la gente con su mensaje, expresada a través del cuchicheo, la conversación abierta o hasta la vuelta de espaldas.
No solo hay jóvenes bullangueros dentro de dicha masa; sino también profesionales de todo género y diversas edades, directivos equis de tal o más cual organización, gente formada y educada en un sistema educacional con algunas carencias, pero en sentido general entre los más fecundos del planeta.
En escenarios similares el déficit de atención del público contribuye a que el discursante alce el tono de la voz, carraspée o ejecute cualquier señal alusiva; de manera que puedan caer en cuenta o darse por aludidos quienes incurren en el poco serio comportamiento. Pero, como si nada.
Cuando lo anterior ocurre, todos perdemos. Es lastimoso, en primer lugar, para el encargado de transmitir determinadas ideas al colectivo gracias a su intervención, porque sabe que está hablando solo para unos pocos de las filas iniciales; en segundo lugar, para quienes, aunque se encuentren detrás tienen interés en escucharle y el bullicio incontenible se lo impide; y en tercer lugar, aunque no por ello el menos importante, para ese volumen de presentes ausentes, cuya estancia en el lugar no les reportó nada.
Es preocupante cómo se expande esta tendencia a “desintonizarse”, pues en estos casos las orfandades cívicas establecen consorcio con las apatías, y ese es justamente el principio para la inacción y la falta de pensamiento.
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la carta dijo:
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25 de julio de 2014
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dDR ROBERTO PAJAN ILLANES dijo:
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la cienfueguera dijo:
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Enrique el Antiguo dijo:
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Edgar dijo:
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