
A las abuelas se les multiplican los hijos más allá del número de sus partos. No necesitan concebir para volver a ser madres cada vez que les nace un nieto. El instinto del amor materno y las energías se les duplican cuando crece la familia.
La presencia de un nuevo ser en la casa les cambia totalmente la vida. Sin que nadie se lo pida hacen suyos los pañales sucios, el fregado exquisito de los biberones y hasta el cuidado y la vigilia del bebé cuando la joven madre coge un pestañazo en medio de toda la vorágine que significa la llegada del pequeño.
Expertas en dichas y sinsabores, les falta el sueño cuando el niño enferma, y son las mejores espectadoras de cuanta gracia aprende a hacer el nieto que, en un abrir y cerrar de ojos, empieza ya en el círculo infantil.
Para muchas este acontecimiento marca el punto en que culmina su vida laboral, al pedir la jubilación para apoyar a los hijos en la crianza de esos “locos bajitos”, sin cuyo alboroto falta la alegría en el hogar. No son pocas las que asumen el ajetreo de llevarlos o recogerlos del círculo, porque los padres empiezan a trabajar en horas tempranas, o porque terminan su jornada demasiado tarde.
La escuela también les toca. A muchas se les ve cada mañana acompañar al nieto al que posiblemente reciban en la tarde para extender sus horas de infinitos desvelos.
Partícipes de la crianza y educación del pequeño, ponen en cada gesto una dosis de su miel. Ellas tienen la paciencia que a veces falta a los más jóvenes para conseguir respecto al niño el propósito del adulto y algunas hasta se inhiben de darle la nalgada oportuna porque es a ellas a quienes más les duele.
En el mejor de los casos la dicha de ser abuelas crece al compartir junto a sus nietos el día a día, y al ser con justeza tomadas en cuenta por los padres, al decidir cuestiones importantes que los incumben.
Abuelas hay que apenas sin tiempo para llorar la pérdida repentina de un hijo tienen que asumir la total responsabilidad en el cuidado de sus nietos, como si los años vividos no hubieran hecho mella en su actual edad, y vuelven a experimentar con el corazón más maduro —pero también más afligido—las lejanas vivencias de su primera maternidad.
Con el dolor a cuestas redoblan sus afanes en que los pequeños no sientan demasiado esa falta y lloran cuando nadie las ve para no entristecer con sus penas al retoño que ha quedado a su abrigo. La magia de su cariño seduce, protege, contagia y cala hondo, sin que consigan los nietos olvidarla jamás.
Sean cuales fueren las circunstancias en que figuran en nuestras vidas, ellas embalsaman con su ternura la existencia de sus nietos y esparcen en cada abrazo, consejo o regaño, ese “polvo de estrellas” que el universo fantástico adjudica a las hadas, pero que en el mundo real —sabemos— se fabrica en el corazón único de las abuelas.
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Victor Manuel Morales Peña dijo:
1
30 de mayo de 2014
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Hilda Lydia dijo:
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Rafael Castellanos Díaz dijo:
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30 de mayo de 2014
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dayan dijo:
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Lisardo dijo:
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dayan melendez acosta dijo:
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anamar dijo:
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30 de mayo de 2014
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Gonzalo Hernández dijo:
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tevito dijo:
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cb dijo:
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daniela dijo:
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2 de junio de 2014
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Nely dijo:
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Prusy Padrón dijo:
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Alieski Avila Martes dijo:
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Bertha dijo:
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Bx2 dijo:
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francisco dijo:
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4 de junio de 2014
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