
“Qué buenos están los taxis rutero, por lo general andan uno detrás de otro”. “Sí, pero a veces los llenan demasiado, y esos carros no están diseñados para ello”. “Verás como pronto se rompen”.
Frases más o menos similares le escucho decir con frecuencia a quienes abordan dichos ómnibus. Y es que, cubanos al fin, cuando hablamos de transporte o de cualquier otro tema polémico, la conversación le atañe a todos.
Indudablemente, la creación de dos cooperativas en la modalidad de taxi rutero ha resultado muy provechosa para la población capitalina. Pero más allá de los buenos dividendos de la experiencia, el modo en que se explota buena parte de los vehículos atenta contra la posibilidad de hacerla sostenible en el tiempo.
Cuando subes al taxi, te recibe (en algunos casos) un cartel que anuncia: “Este vehículo no transporta pasajeros de pie”. Vaya paradoja, si luego de dos paradas, los pasillos (estrechos e incómodos) están llenos.
Ante esta situación muchos prefieren esperar el próximo, pues no les parece ventajoso pagar de más por condiciones de menos. Otros en cambio, apremiados por sus circunstancias, aceptan la estrechez y termina el taxi, en el peor de los casos, versionando los antiguos “camellos”. A la población, siempre necesitada, le resulta difícil establecer los límites, y en muy pocas ocasiones la cordura supera al interés individual.
Precisamente por esto son los choferes los principales responsables de controlar el volumen de pasajeros que transportan, pues conocen de antemano que esos carros no están preparados para soportar tales cargas.
A diario ellos deben entregar a sus cooperativas una suma establecida, en dependencia del recorrido, la capacidad del vehículo y el número de viajes realizados. Entonces, a mayor recaudación, mayor será el monto del cual disponer al terminar el día. Simple ecuación para deducir el interés de llevar a todos los pasajeros, sin reparar en las posibilidades reales del ómnibus.
Pero incluso a aquellos cuyo móvil tan solo sea la “buena voluntad de ayudar al prójimo”, les valdría reflexionar sobre el problema que a corto plazo pueden acarrear sus actitudes. Tengamos en cuenta que al circular con el taxi repleto de personas las roturas aumentan, y un carro en el taller no aporta, ni al bolsillo del chofer ni al transporte público.
Además, conductas de esta naturaleza no guardan relación con los principios que deben regir las formas de gestión cooperativa. Dígase: mayor sentido de pertenencia entre sus integrantes, eficiencia superior en su desempeño y, por consiguiente, más calidad en el servicio prestado.
Si al deterioro de las calles y a la carencia de piezas de repuesto le añadimos la sobreexplotación de los vehículos (ya sobreexplotados), nadie dudaría entonces de que una iniciativa tan beneficiosa para la población pudiera quedar en el camino.


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Caridad dijo:
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