Mi mejor profesor de historia fue un guía de pioneros a quien recuerdo con enorme gratitud. Se llamaba Joel y le apasionaba el tema de la manigua redentora.
En una ocasión trajo a la escuela listones de madera dura y cintas de cuero. Trabajó más de un día hasta ensamblar algo así como un tubo de una boca. Entonces reunió al destacamento y dijo: “Aunque no lo crean, así eran algunos cañones mambises. Les llamaron pedreritos, porque eso, ¡piedras!, llegaron a tirar”.
A partir del inolvidable instante conocí que artefactos como aquel, cubanísimos y gallardos, trataron de oponerse a la superioridad tecnológica de uno de los mejores ejércitos europeos del siglo XIX.
Más tarde nos llevó al Parque Zoológico de Santiago de Cuba; sin embargo, nos sentimos contrariados, porque en vez de entrar por la puerta principal, lo hicimos por el costado que coincide con los accesos a la Loma de San Juan.
Entre trincheras de piedras, fortines y cañones nos relató detalles de los combates librados en 1898 entre fuerzas cubano-norteamericanas y españolas. Luego nos condujo a un majestuoso árbol que ya no está y tras advertir que la cerca protectora fue ensamblada con cañones y bayonetas de añejos fusiles, desgranó amargura:
“Lo conocen como el Árbol de la Paz, pero yo lo llamaría de la ignominia. A los mambises, verdaderos vencedores, los yankis no les permitieron entrar a la ciudad, ni estar presentes en la firma de la capitulación española”.
También evocó fragmentos de la carta con que el Mayor General Calixto García protestó ante la soberbia de los estadounidenses. Recordó que el jefe insurrecto cabalgaba con una coraza de vergüenza porque años atrás prefirió darse un disparo antes que caer ileso en manos del enemigo.
Finalmente disfruté del encanto del zoológico, pero por la noche, en casa, me acordaba más de la dignidad mambisa.
Apelo a estos recuerdos porque los considero argumentos para enseñar a tocar la historia con las manos en tiempos durante los cuales los aprietos y desesperos de la vida cotidiana se combinan, entre otras cosas, con un vendaval de foráneas propuestas virtuales que irrumpen en nuestros hogares, sin que muchas personas admitan que están dirigidas a conquistar mentes.
Si no advertimos ese peligro y además continuamos encartonando el modo en que mostramos los acontecimientos que nos han ido definiendo como nación, si no encontramos las mejores maneras de hacer vibrar en el corazón de nuestros niños y jóvenes, los sentimientos que llevaron a tantos hombres a dar su vida por la independencia, estaremos dejando la puerta abierta a quienes han apostado incluso por cambiarnos la historia nacional.
¿Suposiciones? Ahí están las lecciones del otrora bloque socialista europeo y la propia URSS. Les desmotaron los símbolos y los condujeron a renegar su pasado. Entonces fue imposible sostener la ideología.
A nadie quepa dudas que entre quienes odian el camino que tomó Cuba el primero de enero de 1959 hay quienes desean presentar al ejército de Estados Unidos como redentor en la guerra anticolonial contra España, que tanta sangre costó en la manigua. Son los mismos que pretenden borrar de un plumazo los asesinatos de miles de cubanos en la década del 50 del pasado siglo, ordenados por Fulgencio Batista, y pretenden mostrar esos años como una de las mejores etapas vividas en el país.
Es por ello que, en esta época de urgencias espirituales, frente a esa globalizadora forma de lavar mentes tenemos que buscar los modos de impedir la extirpación de las raíces que hicieron germinar a la patria. Buscarlas desde la familia, desde la escuela, desde el barrio; desde ese entorno más íntimo que propician los afectos. No por la imposición, porque de nada serviría hacer una cruzada contra las “Barbies” o los robots de nuestros hijos y nietos, ni la de privarlos del hechizante mundo virtual de las computadoras y los tablets.
Se trata de tomarlos de la mano y ayudarlos a descubrir la historia de la plaza cercana a la casa, de encontrar el lenguaje tierno para explicarle el por qué llamamos héroe a aquel hombre bravo que tal vez reposa entre losas de mármol.
Al menos así me he propuesto actuar con mi nieta de cinco años: que crezca alegre, que participe en fiestas infantiles y juveniles; que estudie, ame y sea amada, pero educarla para que no olvide jamás el compromiso de defender ideas y hechos ensamblados con sudor y sangre.
Me lo enseñó Joel. Fue el disparo más certero de su extraño cañón.
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Adalis Sánchez Rivas dijo:
1
11 de abril de 2014
07:16:29
H2so4 dijo:
2
12 de abril de 2014
20:25:37
Carlos Agustin Gonzalez Gonzalez dijo:
3
13 de abril de 2014
18:00:13
Nathanáel Hernández Ruiz dijo:
4
14 de abril de 2014
01:41:44
Orlando Pineda Cabrera dijo:
5
14 de abril de 2014
05:47:41
Delia dijo:
6
15 de abril de 2014
14:07:45
Alberto García dijo:
7
17 de abril de 2014
16:43:54
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