
No pocos de los males que atentan contra la satisfacción plena de nuestras metas personales tienen su causa en problemas de comunicación, que más allá de barreras como la indiferencia respecto al otro, la incapacidad para escuchar o la de expresar con claridad lo que se piensa, apuntan también a la agresividad para imponer criterios o a la falta de valentía para defenderlos.
Conseguir un comportamiento que tenga como base el respeto por los juicios ajenos, y a la vez la exigencia para que sean acatados los propios —aun cuando no se compartan—, constituye el abecé de la asertividad, una estrategia comunicativa que si bien es desconocida por muchos, puede llegar a ser una práctica de todos. Para hacerla realidad solo basta proponérselo y disfrutar después de sus bienhadados beneficios.
No se trata de una receta. No crea el lector que un prontuario lleno de recomendaciones cumplidas al pie de la letra hará que fluyan en diálogos y encuentros las palabras, para bien de nuestros propósitos, si no ponemos a disposición del intercambio una buena dosis de inteligencia y toda la voluntad del mundo en comprender e intentar ser comprendidos, de modo que cada cual sea, tal como es su derecho, como estime ser.
Las imposiciones, de las que tantas veces somos víctimas —ya vengan de nuestros jefes, colegas, familiares o entidades— espantan el deseo de corresponder a sus pedidos, a veces no tanto por lo que nos cueste consentirlos, sino por el tono agresivo y amenazante que matizan tales mandatos.
Del mismo modo serán recibidas las solicitudes que emitimos si las acompañamos de acentos desafiantes, que nos etiquetan comos dueños incondicionales de la razón, o portadores de una verdad que se sabe no es absoluta. Poco o nada lograremos con tales actitudes, así se trate de valoraciones, criterios o supuestas encomiendas, por justas que puedan parecernos, si no dejamos margen para escuchar o tener en cuenta el punto de vista ajeno.
En el caso del jefe, ¿le será difícil reconocer cuán diferentes son los resultados cuando espeta orientaciones sin dejar espacio a las opiniones de sus subordinados, a cuando todo un grupo de trabajo aporta para encontrar en el análisis colectivo la solución a sus problemas?
¿Tendrán en cuenta los padres que las prohibiciones porque sí, incluso aquellas que se apoyan en justas razones, suelen ser las más desafiantes tentaciones? ¿O que los discursos sin diálogos no les permitirán saber, como debe ser de su interés, qué hay del otro lado de su tribuna?
¿Podrá conseguir la pareja la armonía soñada si solo “se vale” considerar lo que cree uno de sus miembros, pretendiendo que el otro asuma órdenes, modos y juicios sin derecho a proyectar los propios?
Sin la asertividad como bandera poco felices serán nuestras relaciones interpersonales, si se tiene en cuenta que ese comportamiento funge como bálsamo necesario para que cada voz —parecida, distinta, o contrapuesta— pueda ser estimada, cerrándole las puertas a la autosuficiencia, tantas veces aplastante y discriminatoria.
Considerada emocionalmente inteligente, la asertividad es una forma de expresión oportuna y adecuada, que sin grandes “sacrificios” se puede sumar al yo propio. Su sano fin, que es comunicar y preservar nuestras ideas y sentimientos sin darlos por categóricos y sin “herir” a nadie devaluando las posiciones de quienes nos rodean, es el más corto camino para sostener conexiones llevaderas con nuestros semejantes en todos los ámbitos de la vida.
Ser asertivo es, entre una larga lista de disposiciones, actuar y hablar con base en hechos concretos y objetivos; decidir por voluntad propia; aceptar desaciertos y triunfos personales, ser gentil y comedido; estar dispuesto a dirigir, pero también a ser así dirigido.
Muchos expertos ven esta condición como sinónimo de madurez y raciocinio. Para quienes la practican es un eficaz estado de equilibrio lo cual no significa mirar el mundo y las circunstancias del día a día tras un cristal rosado.
La casa y el centro laboral serán más placenteros si asumimos en ellos posiciones asertivas. En estos espacios donde más tiempo permanecemos están los seres que más nos interesan o con los que más tenemos que ver. Lograr vínculos corteses en estos entornos no solo significa crecer espiritualmente sino también una garantía de nuestra felicidad que —aunque algunos pretendan negarlo— casi siempre depende de otras personas.


 
                    
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yaumara dijo:
1
21 de marzo de 2014
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olgarita dijo:
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21 de marzo de 2014
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Bessie Aida Pino dijo:
3
21 de marzo de 2014
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Yosvany Marrero dijo:
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22 de marzo de 2014
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Camejo dijo:
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22 de marzo de 2014
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Gonzalo Hernández dijo:
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22 de marzo de 2014
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Máximo Luz dijo:
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toyo dijo:
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Madeleine Sautié dijo:
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COTÓN dijo:
10
23 de marzo de 2014
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diana dijo:
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24 de marzo de 2014
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Camejo dijo:
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24 de marzo de 2014
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diana dijo:
13
24 de marzo de 2014
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Nestor pinero dijo:
14
25 de marzo de 2014
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yiselll dijo:
15
25 de marzo de 2014
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Dr. José Luis Aparicio Suárez dijo:
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25 de marzo de 2014
16:08:32
Yurisleydi dijo:
17
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09:34:32
Raúl Jorge Miranda dijo:
18
20 de abril de 2014
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