
Hace varios meses vi una obra de un grupo de teatro argentino que llevaba por nombre La mujer justa y el argumento de la historia —del escritor húngaro Sándor Márai— trataba sobre la búsqueda del ideal amoroso que no siempre se encuentra.
Sus personajes reflexionaban, precisamente, sobre la existencia del amor perfecto. Perseguían ideales que, aunque intensos, se tornaban casi pedestres tras el análisis y el paso lento del tiempo. Sucumbieron en el terrible error de transformar las pasiones de esa persona que creían justa en una aceptación resignada y melancólica.
¿Existe la persona justa?, se pregunta casi al final de la obra una de sus protagonistas. Salí del teatro con la misma interrogante.
Solía tener una profesora de inglés, cuando estaba en secundaria, que apoyaba mi afán por esperar al príncipe azul. La adolescencia, sabemos, es una etapa complicada sobre todo cuando experimentamos por primera vez el terror al pensar acerca de la realidad de la vida y la sensación de que comenzamos a enfrentarnos a su compresión.
A menudo nos despertamos con la ilusión de que alguien o algo especial irrumpirá en nuestras vidas para llenar el vacío existencial que, a esa edad, queremos tapiar incesantemente.
Pero luego pasa el tiempo, crecemos, maduramos y comenzamos a entender en realidad ese sentimiento tan grande, confuso y agotador que es el amor.
Nos vamos olvidando de ese anhelo estereotipado de encontrar al individuo justo, perfecto y azul. Poco a poco vamos potenciando nuestra necesidad y deseo, determinados en un momento concreto. De ahí que no estén exentos de agotarse por la rutina, por la falta de cariño o porque sencillamente ambos en la pareja se declaran incapaces de perpetuar ese sentimiento.
Buscamos más bien a esa persona que nos complete al menos en alguna de nuestras facetas, que nos respete y nos haga creer que seremos únicos para ese otro. Nos creamos nuestro propio amor perfecto, con virtudes y defectos, porque con los años aprendemos que tampoco nosotros somos la persona justa.
Hoy en día cuando la adolescencia es cada vez más precoz me pregunto a cuántos jóvenes les pasará por la cabeza la idea de esperar por la persona adecuada o cuántos despertarán cada mañana con la esperanza de ese encuentro.
El fervor de esa edad muchas veces lleva a tomar caminos apresurados, inexactos y a saltar las tan elementales etapas de la vida. Se hace fortuito el consejo preciso, la guía oportuna que estimule a tomar el camino correcto, venga de la familia o de la escuela.
Es necesario también exhortar a los jóvenes a soñar, incitarlos a expandir las barreras impuestas del pensamiento, a luchar por convertir sus sueños en realidad como hizo conmigo mi profesora. Aunque ahora ya sé que puedo convertir ese ideal de la adolescencia en la realidad de la madurez, que es parte del destino tejer y destejer, buscar y ser encontrado, acercarse y desaparecer porque todos —torpes alumnos de la vida— continuaremos siempre buscando, luchando, gimiendo, soñando, recordando, anhelando, a-mando y deseando.
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Michel dijo:
1
14 de julio de 2014
00:49:19
Manuel Ferrero dijo:
2
14 de julio de 2014
03:09:34
Marta dijo:
3
15 de julio de 2014
10:44:54
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