Siguiendo un viejo patrón de mensajes y aseveraciones trasnochadas, en el contexto de las amenazas de agresión al noble pueblo venezolano, volvió a ser objeto de evaluaciones y consideraciones la histórica hipótesis de que si un país aliado o amigo de Cuba sufre algún tipo de crisis, invasión o colapso, más o menos automáticamente se produciría un supuesto efecto cascada, arrastrando consigo a la existencia de la Revolución Cubana.
El vocero de ocasión ha sido el periódico The Daily Telegrah, de Londres, con una tradicional postura conservadora, en ocasiones de derecha recalcitrante y de paso, articulado con las peores causas promovidas por el Gobierno estadounidense.
En un artículo titulado ¿Por qué el verdadero objetivo de la campaña de Trump en Venezuela es Cuba?, bajo la firma de David Blair, se afirma que el verdadero propósito de la agresión a ese país es ir contra la Revolución Cubana, digamos, que ese es el fin último. Blair, por cierto, se dedica a palabrear sobre asuntos internacionales, con énfasis en África, incluido el Medio Oriente, pero ahora tuvo un repentino interés por la Isla.

Pero claro, nada es por gusto ni tampoco casual en las políticas editoriales de este tipo de medios de prensa, con relevante alcance, en este caso, en el Reino Unido y Europa.
Lo nuevo con el trabajo de Blair es que, hasta ahora, en la actual coyuntura de despliegue aeronaval, amenazas y retórica agresiva contra Venezuela, con abundante acompañamiento mediático, no se había observado un esfuerzo de vincularlo con Cuba, más allá del ecosistema mediático contrarrevolucionario.
Ya se sabe, el asunto no es una novedad en este mundillo hostil que opera básicamente en el sur de la Florida, donde suelen prosperar las más delirantes propuestas para acabar con el Gobierno cubano, asunto en el que se emplean a fondo por estos días los congresistas representantes de la mafia cubanoamericana.
Alguien ha dicho que a veces los mensajes que provienen de estas «cavernas» muestran signos de esquizofrenia intelectual, y con razón, porque lo que dice el inefable Blair, y los mencionados mafiosos con ropaje parlamentario, va de bruces con el argumento del secretario de Estado de EE. UU., Marco Rubio, que justifica su guerra personal contra Venezuela con que es para atajar el narcotráfico.
Bajo esa bandera se ha implementado la llamada operación Lanza del Sur, desplegando más de 15 000 soldados, se gastan alrededor de 200 millones de dólares a diario y, de paso, cometen todo tipo de atropello a las leyes internacionales, estadounidenses y al sentido común, asesinando varias decenas de pescadores y supuestos narcotraficantes, tripulantes de pequeñas lanchas desarmadas.
Hay que reconocerle a Blair que, por las motivaciones que sean, le está insistiendo indirectamente a la opinión pública europea que es mentira lo que afirma el mencionado canciller Rubio, sobre las razones para invadir Venezuela; no es el narcotráfico, dice Blair, es para debilitar y, con suerte, destruir a la Revolución Cubana.
En toda esta trama recurrente, es hasta curioso cómo se olvida la historia o se soslaya aviesamente. Por poner el ejemplo más abarcador, recordemos la desaparición de la URSS y, en general, de todo el entramado económico-comercial que Cuba tenía con el llamado campo socialista. El impacto fue demoledor y la Mayor de las Antillas lo enfrentó decorosamente, superando el llamado periodo especial.
Incluso antes, cuando se inició el criminal bloqueo en 1962, muchos apostaron que «naturalmente» sobrevendría el colapso de la economía cubana, justamente ese era su propósito declarado.
Por 2003, el embajador estadounidense en República Dominicana, el señor Hans Hertell, vaticinó con la sobriedad que se supone existe en el mundo diplomático, que después de la caída de Iraq –es decir, la cruel agresión militar estadounidense a ese país– le tocaba el turno a Cuba. Al parecer, alguien en el Pentágono le hizo ver a Hertell que estaba diciendo una estupidez.
Los argumentos siempre son los mismos, estableciendo como premisa la incapacidad paralizante de Cuba de enfrentar y superar este tipo de desafíos; se divaga sobre el peso que pueden tener los apoyos o vínculos económicos y comerciales con países amigos, y que ese tipo de ruptura que ven como súbita e inesperada, deja sin alternativas viables al país.
Volviendo a la coyuntura, se puede añadir, en todo caso, que se da por hecho un acontecimiento de difícil concreción, es decir, la desaparición de los estrechos vínculos de hermandad entre Cuba y Venezuela.
La Revolución bolivariana goza de buena salud, y hasta parece que en la conversación mediática se está cambiando la pregunta de cuándo las huestes de Rubio invaden, a sobre qué conversaron Maduro y Trump y si se habló de acuerdos.
Queda establecido una obviedad: estas tesis o teorías del dominó, como también se les denomina, nunca han tenido ningún fundamento histórico ni práctico, porque en rigor el asunto tiene más que ver con la autenticidad de esta Revolución cubanísima como las palmas reales, el colibrí y la flor nacional. Por tanto, no puede tumbarse debido a lo que suceda fuera de sus fronteras.
Es saludable, en ocasiones como esta, recordar que, en vísperas de la desaparición de la URSS, Fidel exclamó en el acto por el 26 de julio de 1989, cuando abordó la posible desaparición de la URSS: «¡Aun en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo!(…). Es hora de hablarles claro a los imperialistas y es hora de hablarle claro a todo el mundo».















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