
«No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados», dijo José Martí en un texto esencial: Nuestra América. Y, precisamente, una convicción que parecía empañada vuelve a tomar su brillo en estos tiempos de nuevas guerras y un mismo enemigo.
América Latina ha dicho «No» al injerencismo, y se ha sacudido las garras modernizadas de la Doctrina Monroe. Así, en tiempos en que la cooperación militar o la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico parecen ser las nomenclaturas de moda para camuflajear una intervención extranjera en tierras de la región, algunos pueblos –cargados de dignidad– han dicho que la soberanía de sus naciones solo le compete a su gente.
Los ecuatorianos, con ojos alertas, supieron advertir las implicaciones para el país que, de haberse aprobado, tendrían las propuestas llevadas a referendo el pasado domingo, y rechazadas con más del 60 % de los votos.
Entre las aspiraciones del Presidente ecuatoriano: eliminación de la financiación pública de los partidos políticos, reducción del número de legisladores electos, convocatoria a una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Carta Magna y la realización de operaciones militares conjuntas con Washington. Esta última fue mayoritariamente descalificada, lo que evidencia también un rechazo a las pretensiones hegemónicas de la administración de la nación norteña.
Se trata, dijo Claudia Sheinbaum, presidenta de México, de «un sentimiento en América Latina» que se ha extendido por el área. En su caso, la propia mandataria, respondió con firmeza a las declaraciones de su homólogo estadounidense, Donald Trump, sobre posibles ataques contra ese país, para impedir el ingreso de drogas a EE. UU., que fueron seguidas de un comunicado, que sugirió que intervendrían si México lo pide.
Las palabras de Sheinbaum no dejaron margen a dudas: «Nosotros no lo vamos a pedir, no queremos intervención de ningún Gobierno extranjero (…) La última vez que EE. UU. vino a México con una intervención, se llevó la mitad del territorio», aseguró.
Ambos pueblos saben que la presencia en sus tierras de tropas extranjeras nada tendría que ver con la excusa del fortalecimiento de la lucha contra el crimen organizado. Cada país, cada región, tiene el derecho de desarrollar sus mecanismos propios de seguridad.
Otro «No» que ha resonado en el continente es el de Venezuela, amenazada desde hace más de dos meses por el mayor despliegue militar de Estados Unidos en los últimos años. Aun con misiles de largo alcance apuntando a Caracas, amilanarse no ha sido si quiera una opción.
Demostrar que son falacias las excusas para esa agresión, prepararse para defenderse de posibles intervenciones y ataques, afirmar que el diálogo es la vía para disipar tensiones, sí forman parte de las soluciones. Ello, a sabiendas de que una acción militar directa desencadenaría un caos regional.
«En Venezuela el fascismo está derrotado y jamás se volverá a levantar. Los fascistas no volverán ni hoy ni mañana ni nunca (…) la realidad es que este pueblo tiene un camino democrático y en libertad», sentenció el presidente bolivariano, Nicolás Maduro, acerca de esa escalada bélica que pretende, se sabe, un «cambio de régimen», como le llama la ultraderecha de dentro y fuera del patio.
QUE SEAN UNA LAS DOS MANOS
«Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos», aseveró Martí, en aquel ensayo valiosísimo.
Fue esa la certeza que acompañó a buena parte de los miembros de la Asamblea General de la ONU cuando, sin miedo a las presiones externas, decidieron condenar nuevamente el bloqueo a Cuba, y reconocerlo como una forma de genocidio. Bien lo describió el Presidente, al decir: «Las groseras presiones yanquis lograron quebrar a unos pocos. Pero la mayoría del mundo volvió a votar junto a Cuba por la vida».
¿Acaso todos esos pretextos que traen como «ayuda» la presencia de tropas estadounidenses en tierras ajenas, no son formas de intervención? Son, sin duda, herramientas de presión geopolítica que han encontrado, en la contundencia del rechazo, un No a la injerencia, y también al entreguismo de quienes, desde adentro –aldeanos vanidosos-, pretenden hacerle el juego al enemigo común: el gigante de siete leguas.















COMENTAR
Responder comentario