ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Tomada de El País

Lo que muchos vieron primero, el pasado 15 de noviembre en el Zócalo de la Ciudad de México, no fueron banderas partidistas, sino calaveras sonrientes con sombreritos de paja. La Jolly Roger de One Piece se asomaba por todas partes en la marcha convocada desde perfiles en redes sociales de supuestos representantes de la «Generación z». La imagen parecía inocente; el dispositivo político, no tanto.

One Piece es un manga japonés creado por Eiichiro Oda y serializado desde 1997 en la revista Weekly Shonen Jump. Sigue al capitán Luffy y a su tripulación, los Sombrero de Paja, en una lucha contra reyes racistas y un corrupto «Gobierno Mundial».

Es uno de los cómics más vendidos de la historia. Además de entretener, combina aventura, humor y una brújula moral sencilla –libertad, lealtad entre pares, plantarse ante el poder injusto– que conecta muy bien con las sensibilidades juveniles. Oda no ha ocultado su admiración por el Che Guevara y bautizó con el nombre Wind Granma al barco del líder del Ejército Rebelde, uno de los corazones simbólicos de la fábula.

Este universo conecta con la llamada Generación z, los jóvenes nacidos entre 1997 y 2012, que crecieron con internet en la mano, se informan con videos cortos y se mueven entre memes y debates globales. Para ellos, One Piece no es un hallazgo exótico, sino un paisaje cotidiano que está en la televisión, en las plataformas sociales, en las conversaciones digitales que cruzan fronteras. Que su bandera salte de la pantalla a la calle es absolutamente natural.

En Indonesia, Marruecos, Serbia, Filipinas o Madagascar, la Jolly Roger fue utilizada en protestas contra políticas impopulares, en un terreno difuso entre genuinas revueltas juveniles y operaciones «teledirigidas» de desinformación. En Nepal, la instrumentalización de estas protestas acabó con la vida de 70 personas.

Ha ocurrido antes. En Brasil, el bolsonarismo levantó una maquinaria de desinformación que mezclaba memes, fake news y pastiches religiosos para llevar a Jair Bolsonaro a la presidencia en 2019 y, luego, para azuzar a sus bases contra el resultado electoral de 2022. En Argentina, esa misma arquitectura –con consultores que hoy operan también en México– ayudó a catapultar a Javier Milei a la Casa Rosada en 2023.

La derecha aprendió tempranamente que la batalla por el poder pasa por apropiarse de los códigos culturales juveniles.

En México, los rastros digitales ligan la convocatoria de la marcha del 15 de noviembre a Monetiq Agencia, una empresa vinculada al exdiputado priista José Alfredo Femat Flores. El diario Milenio calculó 17,5 millones de interacciones sobre la movilización y ocho millones generadas por bots (sistemas automatizados), casi la mitad de los mensajes que circularon. Es decir, amplificaron malestares y necesidades legítimas para criminalizar al gobierno de Claudia Sheinbaum, en una operación moldeada artificialmente.

¿Qué gana la derecha al colgarse de esa calavera simpática? Al menos dos botines. Primero, un puente emocional inmediato con los jóvenes: no hace falta hablar de acceso al trabajo, la educación o la salud; basta con decir «nosotros somos los piratas», y señalar a los líderes de izquierda como los representantes del «Gobierno Mundial». Segundo, un disfraz «neutral» que intenta ocultar el propósito de vender recetas neoliberales.

La derecha no inventó la frustración de la Generación z: la está pirateando. Toma símbolos que nacieron para cuestionar a los poderosos y los convierte en el anzuelo de una agenda que refuerza, precisamente, a los dueños del mundo. Porque hay un nuevo paisaje pespunteado de banderas piratas, pero la disputa real es tan antigua como el poder.

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