ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Fidel con niños de Chernobil Foto: Liborio Noval

Dicen que la bandera de Ucrania fue arriada la semana anterior en La Habana y, ante la noticia, unos cuantos sentimos un sabor raro y rancio, porque en Cuba se dice Ucrania y no se piensa de inmediato en lo que piensa, ahora mismo, gran parte del mundo, que pareció enterarse hace tres años (o recordar) que ese país existía.

Si bajan esa bandera en La Habana la mente va corriendo en busca de Vika, la vecina que más hizo por el niño que fui. Ir a su casa no era ir exactamente a jugar porque sí o a pasar el tiempo, sino permanecer largas horas estudiando matemáticas, en medio de olores a tostadas extrañas y a libros de muy lejos.

Era escuchar sus traducciones al español de historias de príncipes eslavos; sentir cómo regurgitaban los recuerdos del Mar Negro, de Odesa; conocer la forma anómala de una tetera y la costumbre del té, casi tan potente y lacerante de labios como la del café nuestro; aprender ajedrez hasta el dolor de cabeza; interiorizar que Danka no podía ser tratada «como una perra» y que, como a cualquier ser humano, no se le debía tocar el rostro mientras estaba comiendo; obnubilarse entre calderos chicos; e ir adentrando la vida propia entre cábalas que se ajustaban a la historia de su tierra para enterarte de que habías nacido el día de la Gran Revolución de Octubre.

Cuando nació mi hijo, Vika ya no estaba en Cuba, luego de más de 30 años viviendo aquí como una más, dando clases de ruso en escuelas nocturnas para trabajadores y de Matemáticas incluso en las prisiones.

Un día de estos, perdido entre los últimos meses, tuve el impulso de llamarla y contarle del niño. Comentó que ya sabía y se apresuró a preguntar la fecha exacta de su nacimiento. Al responder 23 de febrero, soltó su risa sobria de mujer que conoce mundos y tiempos y dijo: «Tú sabes que ese es el día del Ejército Rojo, ¿verdad?»

Ya con ella, con el recuerdo de escucharla engrifada como diablo al verme tirar una cáscara de mango a la calle, con su sonrisa ante la aritmética infantil resuelta, con eso tengo como para que el nombre de su tierra me sea cualquier cosa, menos ajeno.

Pero hay más, porque en Cuba hay desperdigadas muchas Vikas, o el nombre que tengan, como la mamá de Clavdia o la maestra de piano de Bety, o como la querida Zoia. Porque en Kiev estudió Enrique y en Odesa el viejo bravo de Guillermo, y hasta Miriam, que años después se convertiría en la primera mujer en rectorar la Universidad de La Habana.

De Ucrania vinieron a Cuba los cuerpos párvulos que sufrieron el accidente nuclear en Chernóbil y pasaron los años con el afecto y la cura de las manos de aquí, aunque a las series de hbo no les guste decirlo. Y mejor que no digan ellas, mejor que sea una bomba de cariño, memoria y tiempo en el alma de la gente buena.

El señor presidente de Ucrania puede mandar a decir en Naciones Unidas que el bloqueo a la Mayor de las Antillas no existe, puede también ordenar arriar su bandera de las astas cubanas, pero lo que hay entre Cuba y Ucrania, entre sus pueblos, es otra cosa. Otra cosa que no pide palabra en la onu, ni vota, ni prefiere colores nuevos o viejos. Lo que hay entre nosotros sabemos lo que es… y es fuerte.

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Lazaro dijo:

1

3 de noviembre de 2025

09:27:17


Este señor, presidente de Ucrania, prefiere los desplantes del guapo de turno, no conoce lo que es la dignidad