Se precisa solamente tener alma para sentir un gélido recorrido de la sangre en las venas al leer las cifras de niños gazatíes muertos por malnutrición en lo que va de año: unos 109, dijo recientemente a la prensa, Rik Peeperkorn, representante de la Organización Mundial de la Salud en Cisjordania y Gaza. De ellos, 89 no superaban los cinco años.
En los huesos, demasiado débiles siquiera para llorar o moverse o para responder favorablemente a los tratamientos, si es que encuentran alguno… famélicos unos, otros luciendo, por atrofia, par de años menos, condenados a la muerte por poder y racismo…
Las imágenes dan la vuelta al mundo y, parece que una parte de la humanidad –no tan humana– elige dar scroll y posar la mirada en instantáneas menos violentas a la vista.
Pese a las constantes denuncias, desde la intensificación del ataque sionista contra la población palestina, hace dos años, los niveles de desnutrición aguda en la Franja de Gaza han empeorado considerablemente. A ello se suma el colapso de sistemas de salud, saneamiento y mercado, de manera que la catástrofe parece no tener fin. Eso, sin tener en cuenta las continuas violaciones de alto el fuego y las promesas de paz rotas una y otra vez.
El aumento de las necesidades nutricionales, unido a los obstáculos que pone Israel para el ingreso de suministros, las masacres en los puntos de distribución, las enfermedades comunes vueltas mortales, han convertido a la hambruna en un arma de guerra poderosa, que mata silenciosamente y ahorra arsenal.
Aunque la malnutrición afecta primero a los más vulnerables: niños, ancianos, enfermos, no deja de ser un mal extendido en todo el enclave. De acuerdo con un informe de la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases, alrededor de 1,6 millones de gazatíes sufren hambre, una tercera parte de ellos de forma crítica.
El 22 de agosto pasado la onu declaró oficialmente la hambruna en Gaza. Para llegar a esa categoría se necesita haber superado tres umbrales críticos: privación externa de alimentos, desnutrición aguda y muertes por inanición.
«Es un desastre provocado por el hombre, una acusación moral y un fracaso de la humanidad misma», dijo al respecto, António Guterres, secretario general de Naciones Unidas.
En ese sentido, el Programa Mundial de Alimentos de la onu declaró a finales de octubre que los suministros estaban aumentando, pero aún se mantienen muy por debajo de su objetivo diario de 2 000 toneladas. Entre 200 y 300 camiones entran con ayuda, de los 600 requeridos y acordados. Muchos de ellos son envíos comerciales y buena parte de la población no puede comprar nada.
¿Con qué derecho un hombre mata de hambre a otro? ¿No es, acaso esta, otra forma de genocidio? No se trata de Convenciones, ni siquiera de derechos suscritos, sino de preceptos básicos de humanismo. La lógica más elemental indica que alimentarse es una necesidad básica que debería ser respetada. Pero la realidad ha demostrado que el «común», entre ciertos hombres, pareciera ser el menos común de los sentidos.















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